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En realidad no planeo que lean esto, es simplemente una manera de no perder borradores, cuentos, escritos que me place hacer, pero si lo estás leyendo, gracias.

jueves, 3 de febrero de 2011

Borrador - Don Quijote






Cuando una persona decide renunciar a su único bien inalienable, a su tesoro más preciado, su mente, es cuando renuncia a todo lo bueno de sí mismo y de los demás. Cuando una persona da por sentada su capacidad y voluntad, es cuando cierra los ojos al mundo y grita que no quiere ver, sentir, respirar, conocer, vivir más. Cuando una persona, renuncia a su mente, renuncia a su vida. 

A pesar de toda nuestra carga, siempre será más fuerte la voluntad, nuestra mente siempre será inviolable, nadie nunca podrá forzarla, somos los únicos capaces de abrir las puertas a pensamientos y objetos ajenos, cuyas consecuencias dependen completamente de nosotros. Es nuestra mente la responsable de nuestra felicidad, la capaz de grandes cosas; la maravilla y diferencia entre nosotros y un animal. Entre el eterno deambular sin destino, y una meta fija, un sueño que anhelamos alcanzar, y que algún día lograremos. 

Esas ideas del futuro que por la noche nos dejan insomnes, del porvenir que nos traerá felicidad, de la alegría que sentiremos cuando todo esto mejore, esos sueños a los que nunca renunciaré. Esos mismos deseos de que seamos felices, de que algún día nos llegue un bienestar que no se base en trivialidades, sino en orgullo. Orgullo de todo lo que hemos conseguido, hecho, sido y sobrevivido. Ese orgullo de poder decir "A pesar de todo, soy feliz". 

Pero, ¿saben qué es lo único que nos impide cambiar de esa inercia mísera a felicidad?... el miedo. Impotencia e inseguridad, el dudar de nuestra capacidad y de nuestra voluntad para ser felices. La cobardía que sentimos cuando creemos que el camino es más largo de lo que nosotros podemos aguantar. Un miedo irracional que nos previene de gozar nuestra vida. Ese temor infantil que cualquier madre sabe aniquilar, con un beso. 
Pero tarde o temprano llega, el horror que me hostiga cuando mi madre entrecierra la puerta de mi cuarto cuando va saliendo y el haz amarillenta persiste, alumbrándome un ojo. Así veo mi pequeño panorama y su luz, lentamente carcomida por el terror que flota en el aire. Ahora que estoy aquí acostado en mi cama, cubierto de sábanas con fantasías infantiles y una oscuridad que me rodea, suspiro y el gélido aire muestra mi pánico en forma de vapor, pues temo que los monstruos me ataquen. 

Los monstruos son reales, yo los veo, cada noche se apoderan de mí a través del temor y me hacen llorar hasta quedar exhausto y sin más consuelo, dormir. Son reales, los escucho respirar, gritar, gemir, les gusta el dolor y no les importa si lloro o no. Les he suplicado que paren, ¿cuántos gritos no gasté esperando a que yo pudiera gemir más fuerte que ellos?; son crueles, no les importo, mi cobardía, mi felicidad, mi miseria, a veces me parece que de lo único que viven es de gritar. 

A veces quisiera dormir, y despertar en un mundo blanco y negro, nada de color, nada de pasión ni de rojo. Un mundo donde todo fuera gris, donde yo no tuviera miedo, donde pudiera descansar. A veces quisiera morir para saber si lo que tanto me juran es cierto, si verdaderamente después de sufrir, vendrá ese consuelo no-terrenal. Pero a veces reflexiono, y sé que no es lo mismo dejar de sufrir a ser feliz. Sin rojo, muchos tormentos de mi conciencia desaparecerían, pero sin rojo, el labial que los besos de mi madre dejan en mis mejillas se iría; ¿cómo podría vivir yo sin sus besos? Quisiera dejar de sentir, quisiera olvidar, pero innegablemente mi mente ha sido forjada por todo: lo bueno, lo malo y lo bizarro. 

-Sal al patio, rápido, vamos, no quiero que te quedes en el salón -asentí con la cabeza, mientras los demás corrían ansiosos con esas ganas que a mí me faltan. Esos niños, cuyo mayor problema es el que se causan ellos mismos. 
Yo, ese niño solo y pálido, nadie me habla porque pese a sus esfuerzos más grandes, no llegan a entenderme, conocerme, o interesarse por mí. Reconozco que no tengo mucho carisma, pero no me interesa. Me siento a observarlos, a analizarlos, ¿por qué? Ellos son diferentes, no han vivido lo que yo, ni yo lo que ellos. Ellos siguen con sus sueños de brillantina y sus aspiraciones astronáuticas

Ellos viven inconscientes del mundo que les rodea, viven en una burbuja que no les deja ver el futuro, viven pensando en el momento. Ellos son tan diferentes; corren, juegan, ríen. ¿Yo? Sentado en una esquina con la mirada supuestamente perdida, mirándolos. 

Mis días, monótonos, grises e introspectivos. No diré que soy miserable pues no lo soy. No diré que soy feliz, no lo soy. Pero sé que después de todo, seré feliz. Mi ambición es la que me mueve, esa voluntad tan fuerte que poseo, esa seguridad de que algún día, cuando todo esto se vaya, seré feliz. Quiero tantas cosas: un auto cómodo con esos aparatos que hablan, una casa con jardín que envidien los vecinos, una esposa que sepa quererme y no sea neurótica ni celosa, dos hijos que me enorgullezcan y me den nietos, pero sobre todo, quiero poder amarme. Si me amo, sé que amaré mejor que nadie a mi familia, mis amigos, y todos aquellos que merezcan mi amor. Cuando crezca, no quiero ser ni astronauta ni maestra, lo que más quiero es ser feliz. 

furtivamente la vista les diera el goce de captar esa escena donde su hombre idóneo quita los ojos del balón, las ve y les sonríe. Luego de imaginar con ella, cambiarla y darle un toque romántico, y otro pequeño toque erótico, exhalan todas sus hormonas en un suspiro. La gente de mi edad; oh pobres, ¿sabrán de su futuro? 

Ya los veo entrando de nuevo al salón, el tiempo pasa demasiado rápido, eso o los veinte minutos que nos dan son verdaderamente muy pocos y crueles. Crueles porque cuando vuelvo a mi salón con capacidad para 20 alumnos, llegan los demás 34 niños y niñas que se sientan en sus butacas rotas y rayadas, con esa decoración única y digna de pre-pubertos: la colorida gama de chicles pegados a la banca. Porque cuando todos nos sentamos llega la maestra, que descarga las lecciones del libro de historia con su tediosa voz que ella misma ignora. Nadie escucha, nadie piensa; al momento de sentarse entran en un momento de inercia mental, Una completa inanición los invade y no salen de su trance vicioso. Las caras se caen y por un momento, se ven tan grises como yo. La diferencia es que yo tomo estos momentos para observarlos, reír un poco del circo que me ofrece la vida, y encerrarme en mis libros de texto con esa redacción tan aburrida. 
No me queda más que ojear los libros, leer los títulos y fantasear con base a las imágenes del mismo, las historias que pudieron haber sucedido o no. . Guerras, sangre, pasión y un poco de música; campanas... ¿campanas? o puede ser el timbre de cambio de clase. Sí, eso es. Es que a veces me pierdo entre lo surreal y la realidad, a veces lo prefiero así, por lo menos mi imaginación controla lo que veo; un cuadro que cada día reinvento, un lienzo interminable que mi mente cambia siempre. Si así lo deseo, mi maestra podría ser verde, aunque no lo dudo de esa mujer y su actitud tan antipática, verde cuando ve a su esposo mirar a otras mujeres. Si quiero, podría haber una epidemia zombie al más puro estilo de Hollywood; aunque realmente eso son mis compañeros, seres infrahumanos que se alimentan del cerebro de los demás. Y miro a la ventana, miro el naranjo, miro al pajarillo cantar, como si solamente cantara para mí, y me digo a mí mismo que a veces la realidad es mejor que la ficción, sólo a veces. 

Y suena la campana y el suspiro frustrado de una mujer cuarentona que me saca de mi trance imaginario, destruye las imágenes soñadas y me transporta a la aburrida realidad: esa mujer de hojalata que nos intenta enseñar lo que ella aún no aprende; esa masa de gente con expresiones indiferentes a todo lo que no sea placer. Y yo, claro, el espectador de sus monerías. 

Como una manada de animales, salen corriendo del salón; la maestra, fría y cruel, no hace más que apurarme, descargando sus frustraciones con probable origen en su decepcionante matrimonio. No sé si sea su cola de caballo hecha con exagerada fuerza, sus ademanes violentos o su ceño permanente fruncido, el que delata su escondido deseo de cariño. Hay mujeres que deberían de ser privadas del contacto con los niños, podría dañarlos incluso más. 

Hoy el día es nublado, la gente se deprime en los días nublados, la brisa húmeda y esa sensación de que respiras aire fresco, a mí me fascinan. La lluvia ligera que cae hace que cada respiración se disfrute, que cada centímetro de tu piel que entre en contacto con el agua y el viento se enfríe y resulte en un placer sin consecuencia. Pero cada paso que doy y me acerco más a mi destino, la nostalgia que me provoca caminar desde el colegio hasta mi casa me da ese sentimiento ridículo de ser parte de una novela. Y paso por las calles, veo casas que dejan de ser casas para ser hogares, familias felices y alegres, casi, perfectas. Espero que así sea, pues no les envidio. Sólo la gente tonta envida, yo por mi parte, admiro. Sé que algún día seré capaz de llenarme de orgullo y fanfarronear sobre qué tan feliz habré de ser. 

Veo las casas, una cerca blanca de madera que protege los jardines verdes y flores amarillas y rosas alegres que aún destacan en el gris ambiente. Veo entonces mi casa, una casa como las demás, se confunde entre los suburbios. 
-Casas hechas en China -dijo mi padre cuando llegamos hace unos años. La única diferencia entre las casas es que cada una de ellas tiene un tono diferente de la gama de colores pasteles que habitúan las amas de casa. 
Cada casa tiene una historia distinta. El año pasado, mi vecina se fue de su casa, dejando atrás un rastro de ropa y otras cosas más íntimas, gritando a todo el vecindario, anunciando sus problemas con una voz lo suficientemente fuerte como para que todos los demás escucharan el nombre de aquella mujer a la que su esposo prefirió. 

Los de enfrente parecieran la familia perfecta, si no fuera porque el hijo mayor ha desarrollado una fobia a los autos desde aquella vez que intentó escapar de casa con el coche y chocó con su propio portón de cochera, que aún conserva la abolladura con rastros de pintura azul rey. Cada casa tiene historias, cada familia tiene problemas. 

Yo les puedo contar mi historia, pero sólo después de las 4:00pm. Yo llego a las 2:00pm, la casa siempre está vacía. Una casa espaciosa con pisos de caoba y grandes ventanas que dejan entrar una luz gris a un espacio tan desolado y lóbrego. En estas dos horas que mi madre llega a la casa, lo único que realmente hago es esperarla. Podré perder el tiempo en lo que fuera, libros, televisión o mirar el cielo, pero sólo la espero, y hoy la espero aquí, como bebé queriendo ser acurrucado. Hoy ha sido un día tedioso, he caído en la cama para respirar su ese olor de mamá que deja impregnado en las almohadas, así la podré recordar un poco más, tenerla más cerca. Hoy ha sido un día tedioso, simplemente hay que olvidar, relajarse y cerrar los ojos. 
-levántate hijo, ándale, rápido, ¿no quieres comer?. 
-mamá... ¿qué horas son? ¿me dormí? 
-es la hora de la comida, levántate que ya tengo hambre. 

-vamos -y fuimos a la cocina, al comedor de nuestra sala con esa vista del cielo nublado y lluvioso. Mi mamá había traído comida ya preparada para comer. Nunca ha sido de las que cocinan, siempre me ha repetido de la importancia que yo tengo en su vida, pero he querido que se enfoque en su trabajo, ella me ha cuidado durante 13 años con una atención excepcional. Amo a mi madre y quiero que ella tenga tiempo para sí misma. Cada día son dos horas desde que llega, en las que me cuenta de su día en la oficina, de su jefe el imbécil, de sus compañeros ineficientes y de su gran carga. Pero lo que siempre noto en ella es la pasión con la que me lo dice, como ansía contarme todo, la confianza que me tiene es la que me alegra. Hay ciertos días en que mi madre gasta todo el tiempo que tenemos en contármelo todo, desde su café cargado hasta que despidieron a fulano, e incluso olvida preguntar cómo estuvo mi día; no me quejo, me parece tierno que mi madre me trate más como un humano que como a un hijo. Escucharla me ha ayudado muchísimo a madurar. Ay mi madre, durante dos horas es feliz en esta casa. 
Se dan las 6 y ella y yo seguimos platicando sentados en la mesa. Se escucha un motor cercano, se cesa el ruido y mi madre tensa su cara. No me mira a los ojos, no me explica por qué, yo sé por qué. Se levanta de la mesa, -vete a tu cuarto, yo lavo los trastes -y me fui, escuchando la manija de la puerta principal siendo girada. No llegué a mi cuarto, me escondí tras la pared donde termina el pasillo, para poder escuchar a mi madre. 
-¿Cómo te fue hoy? ¿te preparo algo? -pero no hubo respuesta para mi madre. -Sólo dime lo que quieras, no hay problema. 

¿Para qué escuchar a mi madre degradarse más? Con tan sólo saber que se exponía a la completa disposición de alguien me hizo saber de quién se trataba, eso y que mi padre llega todos los días al rededor de las 6pm. Ya me sé su rutina, no tengo por qué presenciarla de nuevo, no tengo por qué escuchar a mi padre quejarse incesablemente de nosotros, ni el por qué de su enojo, de sus interminables descontentos con su casa, de la impotencia que siente por cualquier idiotez con su jefe. Mi padre es diferente a mi madre, lo que yo veo en ella cuando habla, es pasión; lo que yo siento cuando lo oigo hablar a él, es ira. 
Pero hasta ahora mi padre nunca ha sido cruel, nunca violento, nunca malo, es alguien a quien respeto pero no amo. ¿Qué importan las cosas que logran si cuando las logra no disfruta? Lo único que quisiera, sería no verlo tan enojado siempre, tengo miedo de que pudiera sucederle algo, o peor, a mí madre. Veo día a día como el rencor lo carcome lentamente, dejándolo vulnerable a todo comentario o accidente, todo le parece terrible. 

Mi madre siempre pensó que mi padre era un buen hombre. algo incomprendido pero que sólo necesitaba amor. Mi madre sacrificó mucho para dar a mi padre cariño y atención. Siempre ha estado a su completa disposición, y yo me pregunto, ¿por qué? ¿En qué manera es eso amor? ¿Cómo mi madre puede abandonar la pasión que hace que la admire, para someterse a mi padre? Pudiera decirme que él es su pasión, pero no veo nada de amor cuando lo único que procura mi madre es no hacerlo enojar.
Yo hoy, no quiero saber nada de ellos.

Pongo ese disco compacto en mi reproductor, me pongo los audífonos, y entonces soy feliz. 
La música es una de las cosas más maravillosas de la vida, complacer al oído complace la mente, libera la imaginación, y es que me siento tan feliz, tan despreocupado. Cada respiro me da esa sensación de bienestar, de cosquilleo en la cúspide de mi cabeza; no sé cuántos hayan sentido esa sensación, esa, la verdadera felicidad. Me siento humano, me siento completamente capaz, veo mi futuro con una sonrisa y cada vez que los violines suenan cada vez más fuertes, el violonchelo te llora de felicidad y escuchas tus sueños, los vives por un instante. 

Pero los gritos, me arrastran a la realidad de nuevo, y no importa qué tan fuerte suenen las trompetas, los gritos siempre ganan... 
Hoy, lo único que puedo hacer es soñar, una vez que despierte, siempre será otro día. 
El vapor de la plancha y la cafetera, la sartén con aceite hirviendo, el periódico doblándose, y ningún pájaro cantando. El día empieza y mis padres fingen que nada nunca pasó, aunque ellos recuerdan cada segundo y esa memoria les crea rencor y recelo. Eso no es amor. 

Mi día empieza como cualquier otro en la vida de un adolescente: despierto, me baño, me alisto, desayuno y camino a la escuela. 
Mi día transcurre sin alguna variable de lo que ya he relatado, y mis tardes, oh mis tardes... 
Últimamente mis tardes son difíciles, mis noches peores, y a la media noche, lloro un poco. 

Verán, cada día mis padres muestran menos tolerancia hacia mi madre. Mi padre no tolera verla y mi madre no tolera no poder verlo feliz, y ambos dicen que la culpa, la lleva mi madre. Mi madre se somete cada día más a mi padre, pensando que eso lo hará feliz. Cada capricho que mi padre sutil o directamente expresa, mi madre lo cumple. Se ha puesto a su absoluta disposición, mi madre se ha convertido en un trapo para mi padre. Y mi padre, oh bueno, no sé si culparlo a él, a él le tengo lástima. 
Mis noches, mis noches son peores, una vez en la cama, los monstruos gritan y gritan, tengo miedo, mucho miedo. ¿Creerán que un niño de 13 años sigue pensando que los monstruos son reales? Pues sí, creo en los monstruos, sé que existen, conozco a por lo menos dos. Uno grita en la noche, y el otro me aterra a eso de las 12:00am, cuando muchas veces, rompe algo. Tengo miedo.

De ese espanto que te hace sentir un horrible vacío en la garganta, en el corazón, y que lentamente te va carcomiendo y llenando de dolor todo el cuerpo, Una vez que ese veneno llega al corazón, lo bombea hasta la punta de los dedos de tus pies, y todo el cuerpo está exhausto, adolorido, harto. Y ese miedo no se va, ese miedo se queda y reaparece cuando el monstruo avisa su llegada con sus gritos y alaridos. Hay veces que le soy indiferente al dolor, siempre está, siempre llega, a veces el dolor me aburre y me pregunto ¿no podré ser feliz? Oh, pero mis noches, ay mis noches no son nada comparadas con las veces en que el sueño se interrumpe y amanezco en ese instante en el que los monstruos atacan a mis padres. Ellos saben que existen, ellos los conocen, ellos también sufren de lo mismo. 

Los monstruos no salen del clóset para asustarme, llegan a la casa sin avisar, iracundos y exhaustos, y lo único que quieren es vernos llorar. A la media noche, me despierto en el momento menos idóneo y me paraliza el grito de mi madre, me confunde el miedo y la amargura de su grito, no sé qué sentir, pero mi corazón lo sabe, porque cuando menos lo pienso, ya estoy llorando. Cuando despierto en esas veces, la única manera de reconciliar el sueño es mediante las lágrimas. Llorar es bueno, ¿sabían? es higiénico, limpia los ojos, limpia las mejillas y despeja la mente. Lloro sin vergüenza, lloro hasta que me canso, hasta que ya no puedo más, y despierto en otro día, como magia. 

Mis días se resumen a esto, la triste y monótona rutina de llanto tras llanto, de ser aterrorizado por un par de monstruos. ¿Saben lo que se siente llorar y llorar, día tras día sin poder hacer algo al respecto? Sabiendo que las cosas no mejorarán hasta que los monstruos desaparezcan, hasta que algún día tome el valor de enfrentarlos, de derrotarlos de la manera más épica y fantástica: resistiendo sin llorar. Porque cuando logre no llorar, será el día en que me sentiré tranquilo. Cuando pueda verlos a los ojos, sentirme indiferente a sus gruñidos y lamentos (porque los monstruos también lloran) los habré vencido. Algún día seré lo suficientemente fuerte y valeroso como para decir "¡¡Quiero ser feliz!!". 

Algún día me enamoraré de la vida, seré feliz por la única razón en el mundo lo suficientemente buena como para serlo: seré feliz porque vivo. Algún día podré, pero no hoy, ni mañana, ni tal vez dentro de algún largo tiempo... solamente quisiera que todo esto se acabara, poder empezar de nuevo, como un bebé, Aprendería a caminar, aprendería a hablar con las personas, tendría amigos con quien jugar, tendría ese sentido de aventura que tienen los pequeños, que nunca tuve, que nunca me dejaron tener. 
Esta noche me hago la promesa más grande de mi vida: "No importa cómo ni cuando, siempre lucharé por mi felicidad" Pero cuando mis epifanías filosóficas pre-pubertas acaban, la cafetera me despierta. 

Un día, dos días, 6 tazas de café, 5 camisas usadas, y millones de lágrimas. No paramos de llorar, no podemos, mis padres y yo tenemos miedo. No podemos dejar de llorar, yo no. Hay cosas que no están en mis manos, pero... si por mí fuera... la vida sería diferente, si fuera capaz de tolerar los gritos y rugidos noche tras noche. 
Pero no, no dejaré que el miedo me venza, seré más fuerte, me lo he prometido. A pesar de que noche tras noche en mi cama la pequeña apertura de mi puerta deje entrar ese franja de luz y esa aire pavoroso, algún día podré inhalar aire puro, cada respiro será un momento de éxtasis, de orgullo, de felicidad, yo lo sé, me lo he prometido. 

-Buenas noches, que sueñes con los angelitos -y mi madre me acarició la sien, y con ojos pesados y afligidos, me besó no con amor, sino con compasión, sentí dos o tres lágrimas cayendo durante besaba mi frente, y se alejó para mirarme con ternura. 
-Tengo miedo mamá. 
-Yo también, pero ya verás que todo sale bien, ¿sí?, duérmete que mañana hay escuela. 
-Sí mamá... -respondí con cierta curiosidad, parecía que la mirada de mi madre sabía algo que no podría llegar a pronunciar por temor a una vez derramar una lágrima, no dejar de llorar. 
-Te amo, adiós –extrañamente así me dio las buenas noches. 
Esta noche, mi madre cerró la puerta, pero la acústica de mi casa me permitió escuchar cada peldaño que crujía cuando mi padre lo bajaba. Los olores eran tan fuertes, que en cuestión de segundos percibí ese perfume que sale de sus poros, alcohol evaporándose de su piel y la botella que en su mano hacía ese sonido líquido agitado. Junto con ese olor, me llegó el miedo, sentía temor y a la vez, un silencio solemne empeoraba el crujir del escalón, había ira en su respirar retumbante. De repente, ese sexto sentido que crea la conexión entre un hijo y su madre, me permitió saber que mi madre lloraba, yo también comencé a llorar. Uno, dos, tres minutos de silencio y lágrimas, cuando la botella fue rota no sé en donde. Yo llorando, no supe si mis lamentos serían vitalicios. Ese mismo sexto sentido, me hizo sentir un enorme vacío, mi madre...pudiera que lo último que olió fuera un sudor etílico y una violencia ciega, le temo al silencio, le temo al alcohol.


Ahora que despierto tengo miedo, no quiero salir de cama. ¿Qué si esos monstruos siguen ahí? Yo les dije, los monstruos son reales, justo ayer atacaron a mi padre, entraron en su cuerpo y lo cegaron de conciencia; mi padre dejó que el monstruo lo dominara, cada día lo hizo. ¿No vio que cada día que se dejó dominar por la ira y el miedo, nos destruía? 
Tengo miedo, desconozco mi presente, tengo miedo de mi porvenir, de la soledad, tengo miedo y no quiero despertar, dormiré, eso haré, es una pesadilla, desde ayer lo ha sido. Ya verán, despertaré al lado de mi madre, ya verán, ese monstruo dejará a mi padre. Seré feliz, seré feliz cuando despierte.

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