Aquí...

En realidad no planeo que lean esto, es simplemente una manera de no perder borradores, cuentos, escritos que me place hacer, pero si lo estás leyendo, gracias.

jueves, 3 de febrero de 2011

Borrador - Don Quijote






Cuando una persona decide renunciar a su único bien inalienable, a su tesoro más preciado, su mente, es cuando renuncia a todo lo bueno de sí mismo y de los demás. Cuando una persona da por sentada su capacidad y voluntad, es cuando cierra los ojos al mundo y grita que no quiere ver, sentir, respirar, conocer, vivir más. Cuando una persona, renuncia a su mente, renuncia a su vida. 

A pesar de toda nuestra carga, siempre será más fuerte la voluntad, nuestra mente siempre será inviolable, nadie nunca podrá forzarla, somos los únicos capaces de abrir las puertas a pensamientos y objetos ajenos, cuyas consecuencias dependen completamente de nosotros. Es nuestra mente la responsable de nuestra felicidad, la capaz de grandes cosas; la maravilla y diferencia entre nosotros y un animal. Entre el eterno deambular sin destino, y una meta fija, un sueño que anhelamos alcanzar, y que algún día lograremos. 

Esas ideas del futuro que por la noche nos dejan insomnes, del porvenir que nos traerá felicidad, de la alegría que sentiremos cuando todo esto mejore, esos sueños a los que nunca renunciaré. Esos mismos deseos de que seamos felices, de que algún día nos llegue un bienestar que no se base en trivialidades, sino en orgullo. Orgullo de todo lo que hemos conseguido, hecho, sido y sobrevivido. Ese orgullo de poder decir "A pesar de todo, soy feliz". 

Pero, ¿saben qué es lo único que nos impide cambiar de esa inercia mísera a felicidad?... el miedo. Impotencia e inseguridad, el dudar de nuestra capacidad y de nuestra voluntad para ser felices. La cobardía que sentimos cuando creemos que el camino es más largo de lo que nosotros podemos aguantar. Un miedo irracional que nos previene de gozar nuestra vida. Ese temor infantil que cualquier madre sabe aniquilar, con un beso. 
Pero tarde o temprano llega, el horror que me hostiga cuando mi madre entrecierra la puerta de mi cuarto cuando va saliendo y el haz amarillenta persiste, alumbrándome un ojo. Así veo mi pequeño panorama y su luz, lentamente carcomida por el terror que flota en el aire. Ahora que estoy aquí acostado en mi cama, cubierto de sábanas con fantasías infantiles y una oscuridad que me rodea, suspiro y el gélido aire muestra mi pánico en forma de vapor, pues temo que los monstruos me ataquen. 

Los monstruos son reales, yo los veo, cada noche se apoderan de mí a través del temor y me hacen llorar hasta quedar exhausto y sin más consuelo, dormir. Son reales, los escucho respirar, gritar, gemir, les gusta el dolor y no les importa si lloro o no. Les he suplicado que paren, ¿cuántos gritos no gasté esperando a que yo pudiera gemir más fuerte que ellos?; son crueles, no les importo, mi cobardía, mi felicidad, mi miseria, a veces me parece que de lo único que viven es de gritar. 

A veces quisiera dormir, y despertar en un mundo blanco y negro, nada de color, nada de pasión ni de rojo. Un mundo donde todo fuera gris, donde yo no tuviera miedo, donde pudiera descansar. A veces quisiera morir para saber si lo que tanto me juran es cierto, si verdaderamente después de sufrir, vendrá ese consuelo no-terrenal. Pero a veces reflexiono, y sé que no es lo mismo dejar de sufrir a ser feliz. Sin rojo, muchos tormentos de mi conciencia desaparecerían, pero sin rojo, el labial que los besos de mi madre dejan en mis mejillas se iría; ¿cómo podría vivir yo sin sus besos? Quisiera dejar de sentir, quisiera olvidar, pero innegablemente mi mente ha sido forjada por todo: lo bueno, lo malo y lo bizarro. 

-Sal al patio, rápido, vamos, no quiero que te quedes en el salón -asentí con la cabeza, mientras los demás corrían ansiosos con esas ganas que a mí me faltan. Esos niños, cuyo mayor problema es el que se causan ellos mismos. 
Yo, ese niño solo y pálido, nadie me habla porque pese a sus esfuerzos más grandes, no llegan a entenderme, conocerme, o interesarse por mí. Reconozco que no tengo mucho carisma, pero no me interesa. Me siento a observarlos, a analizarlos, ¿por qué? Ellos son diferentes, no han vivido lo que yo, ni yo lo que ellos. Ellos siguen con sus sueños de brillantina y sus aspiraciones astronáuticas

Ellos viven inconscientes del mundo que les rodea, viven en una burbuja que no les deja ver el futuro, viven pensando en el momento. Ellos son tan diferentes; corren, juegan, ríen. ¿Yo? Sentado en una esquina con la mirada supuestamente perdida, mirándolos. 

Mis días, monótonos, grises e introspectivos. No diré que soy miserable pues no lo soy. No diré que soy feliz, no lo soy. Pero sé que después de todo, seré feliz. Mi ambición es la que me mueve, esa voluntad tan fuerte que poseo, esa seguridad de que algún día, cuando todo esto se vaya, seré feliz. Quiero tantas cosas: un auto cómodo con esos aparatos que hablan, una casa con jardín que envidien los vecinos, una esposa que sepa quererme y no sea neurótica ni celosa, dos hijos que me enorgullezcan y me den nietos, pero sobre todo, quiero poder amarme. Si me amo, sé que amaré mejor que nadie a mi familia, mis amigos, y todos aquellos que merezcan mi amor. Cuando crezca, no quiero ser ni astronauta ni maestra, lo que más quiero es ser feliz. 

furtivamente la vista les diera el goce de captar esa escena donde su hombre idóneo quita los ojos del balón, las ve y les sonríe. Luego de imaginar con ella, cambiarla y darle un toque romántico, y otro pequeño toque erótico, exhalan todas sus hormonas en un suspiro. La gente de mi edad; oh pobres, ¿sabrán de su futuro? 

Ya los veo entrando de nuevo al salón, el tiempo pasa demasiado rápido, eso o los veinte minutos que nos dan son verdaderamente muy pocos y crueles. Crueles porque cuando vuelvo a mi salón con capacidad para 20 alumnos, llegan los demás 34 niños y niñas que se sientan en sus butacas rotas y rayadas, con esa decoración única y digna de pre-pubertos: la colorida gama de chicles pegados a la banca. Porque cuando todos nos sentamos llega la maestra, que descarga las lecciones del libro de historia con su tediosa voz que ella misma ignora. Nadie escucha, nadie piensa; al momento de sentarse entran en un momento de inercia mental, Una completa inanición los invade y no salen de su trance vicioso. Las caras se caen y por un momento, se ven tan grises como yo. La diferencia es que yo tomo estos momentos para observarlos, reír un poco del circo que me ofrece la vida, y encerrarme en mis libros de texto con esa redacción tan aburrida. 
No me queda más que ojear los libros, leer los títulos y fantasear con base a las imágenes del mismo, las historias que pudieron haber sucedido o no. . Guerras, sangre, pasión y un poco de música; campanas... ¿campanas? o puede ser el timbre de cambio de clase. Sí, eso es. Es que a veces me pierdo entre lo surreal y la realidad, a veces lo prefiero así, por lo menos mi imaginación controla lo que veo; un cuadro que cada día reinvento, un lienzo interminable que mi mente cambia siempre. Si así lo deseo, mi maestra podría ser verde, aunque no lo dudo de esa mujer y su actitud tan antipática, verde cuando ve a su esposo mirar a otras mujeres. Si quiero, podría haber una epidemia zombie al más puro estilo de Hollywood; aunque realmente eso son mis compañeros, seres infrahumanos que se alimentan del cerebro de los demás. Y miro a la ventana, miro el naranjo, miro al pajarillo cantar, como si solamente cantara para mí, y me digo a mí mismo que a veces la realidad es mejor que la ficción, sólo a veces. 

Y suena la campana y el suspiro frustrado de una mujer cuarentona que me saca de mi trance imaginario, destruye las imágenes soñadas y me transporta a la aburrida realidad: esa mujer de hojalata que nos intenta enseñar lo que ella aún no aprende; esa masa de gente con expresiones indiferentes a todo lo que no sea placer. Y yo, claro, el espectador de sus monerías. 

Como una manada de animales, salen corriendo del salón; la maestra, fría y cruel, no hace más que apurarme, descargando sus frustraciones con probable origen en su decepcionante matrimonio. No sé si sea su cola de caballo hecha con exagerada fuerza, sus ademanes violentos o su ceño permanente fruncido, el que delata su escondido deseo de cariño. Hay mujeres que deberían de ser privadas del contacto con los niños, podría dañarlos incluso más. 

Hoy el día es nublado, la gente se deprime en los días nublados, la brisa húmeda y esa sensación de que respiras aire fresco, a mí me fascinan. La lluvia ligera que cae hace que cada respiración se disfrute, que cada centímetro de tu piel que entre en contacto con el agua y el viento se enfríe y resulte en un placer sin consecuencia. Pero cada paso que doy y me acerco más a mi destino, la nostalgia que me provoca caminar desde el colegio hasta mi casa me da ese sentimiento ridículo de ser parte de una novela. Y paso por las calles, veo casas que dejan de ser casas para ser hogares, familias felices y alegres, casi, perfectas. Espero que así sea, pues no les envidio. Sólo la gente tonta envida, yo por mi parte, admiro. Sé que algún día seré capaz de llenarme de orgullo y fanfarronear sobre qué tan feliz habré de ser. 

Veo las casas, una cerca blanca de madera que protege los jardines verdes y flores amarillas y rosas alegres que aún destacan en el gris ambiente. Veo entonces mi casa, una casa como las demás, se confunde entre los suburbios. 
-Casas hechas en China -dijo mi padre cuando llegamos hace unos años. La única diferencia entre las casas es que cada una de ellas tiene un tono diferente de la gama de colores pasteles que habitúan las amas de casa. 
Cada casa tiene una historia distinta. El año pasado, mi vecina se fue de su casa, dejando atrás un rastro de ropa y otras cosas más íntimas, gritando a todo el vecindario, anunciando sus problemas con una voz lo suficientemente fuerte como para que todos los demás escucharan el nombre de aquella mujer a la que su esposo prefirió. 

Los de enfrente parecieran la familia perfecta, si no fuera porque el hijo mayor ha desarrollado una fobia a los autos desde aquella vez que intentó escapar de casa con el coche y chocó con su propio portón de cochera, que aún conserva la abolladura con rastros de pintura azul rey. Cada casa tiene historias, cada familia tiene problemas. 

Yo les puedo contar mi historia, pero sólo después de las 4:00pm. Yo llego a las 2:00pm, la casa siempre está vacía. Una casa espaciosa con pisos de caoba y grandes ventanas que dejan entrar una luz gris a un espacio tan desolado y lóbrego. En estas dos horas que mi madre llega a la casa, lo único que realmente hago es esperarla. Podré perder el tiempo en lo que fuera, libros, televisión o mirar el cielo, pero sólo la espero, y hoy la espero aquí, como bebé queriendo ser acurrucado. Hoy ha sido un día tedioso, he caído en la cama para respirar su ese olor de mamá que deja impregnado en las almohadas, así la podré recordar un poco más, tenerla más cerca. Hoy ha sido un día tedioso, simplemente hay que olvidar, relajarse y cerrar los ojos. 
-levántate hijo, ándale, rápido, ¿no quieres comer?. 
-mamá... ¿qué horas son? ¿me dormí? 
-es la hora de la comida, levántate que ya tengo hambre. 

-vamos -y fuimos a la cocina, al comedor de nuestra sala con esa vista del cielo nublado y lluvioso. Mi mamá había traído comida ya preparada para comer. Nunca ha sido de las que cocinan, siempre me ha repetido de la importancia que yo tengo en su vida, pero he querido que se enfoque en su trabajo, ella me ha cuidado durante 13 años con una atención excepcional. Amo a mi madre y quiero que ella tenga tiempo para sí misma. Cada día son dos horas desde que llega, en las que me cuenta de su día en la oficina, de su jefe el imbécil, de sus compañeros ineficientes y de su gran carga. Pero lo que siempre noto en ella es la pasión con la que me lo dice, como ansía contarme todo, la confianza que me tiene es la que me alegra. Hay ciertos días en que mi madre gasta todo el tiempo que tenemos en contármelo todo, desde su café cargado hasta que despidieron a fulano, e incluso olvida preguntar cómo estuvo mi día; no me quejo, me parece tierno que mi madre me trate más como un humano que como a un hijo. Escucharla me ha ayudado muchísimo a madurar. Ay mi madre, durante dos horas es feliz en esta casa. 
Se dan las 6 y ella y yo seguimos platicando sentados en la mesa. Se escucha un motor cercano, se cesa el ruido y mi madre tensa su cara. No me mira a los ojos, no me explica por qué, yo sé por qué. Se levanta de la mesa, -vete a tu cuarto, yo lavo los trastes -y me fui, escuchando la manija de la puerta principal siendo girada. No llegué a mi cuarto, me escondí tras la pared donde termina el pasillo, para poder escuchar a mi madre. 
-¿Cómo te fue hoy? ¿te preparo algo? -pero no hubo respuesta para mi madre. -Sólo dime lo que quieras, no hay problema. 

¿Para qué escuchar a mi madre degradarse más? Con tan sólo saber que se exponía a la completa disposición de alguien me hizo saber de quién se trataba, eso y que mi padre llega todos los días al rededor de las 6pm. Ya me sé su rutina, no tengo por qué presenciarla de nuevo, no tengo por qué escuchar a mi padre quejarse incesablemente de nosotros, ni el por qué de su enojo, de sus interminables descontentos con su casa, de la impotencia que siente por cualquier idiotez con su jefe. Mi padre es diferente a mi madre, lo que yo veo en ella cuando habla, es pasión; lo que yo siento cuando lo oigo hablar a él, es ira. 
Pero hasta ahora mi padre nunca ha sido cruel, nunca violento, nunca malo, es alguien a quien respeto pero no amo. ¿Qué importan las cosas que logran si cuando las logra no disfruta? Lo único que quisiera, sería no verlo tan enojado siempre, tengo miedo de que pudiera sucederle algo, o peor, a mí madre. Veo día a día como el rencor lo carcome lentamente, dejándolo vulnerable a todo comentario o accidente, todo le parece terrible. 

Mi madre siempre pensó que mi padre era un buen hombre. algo incomprendido pero que sólo necesitaba amor. Mi madre sacrificó mucho para dar a mi padre cariño y atención. Siempre ha estado a su completa disposición, y yo me pregunto, ¿por qué? ¿En qué manera es eso amor? ¿Cómo mi madre puede abandonar la pasión que hace que la admire, para someterse a mi padre? Pudiera decirme que él es su pasión, pero no veo nada de amor cuando lo único que procura mi madre es no hacerlo enojar.
Yo hoy, no quiero saber nada de ellos.

Pongo ese disco compacto en mi reproductor, me pongo los audífonos, y entonces soy feliz. 
La música es una de las cosas más maravillosas de la vida, complacer al oído complace la mente, libera la imaginación, y es que me siento tan feliz, tan despreocupado. Cada respiro me da esa sensación de bienestar, de cosquilleo en la cúspide de mi cabeza; no sé cuántos hayan sentido esa sensación, esa, la verdadera felicidad. Me siento humano, me siento completamente capaz, veo mi futuro con una sonrisa y cada vez que los violines suenan cada vez más fuertes, el violonchelo te llora de felicidad y escuchas tus sueños, los vives por un instante. 

Pero los gritos, me arrastran a la realidad de nuevo, y no importa qué tan fuerte suenen las trompetas, los gritos siempre ganan... 
Hoy, lo único que puedo hacer es soñar, una vez que despierte, siempre será otro día. 
El vapor de la plancha y la cafetera, la sartén con aceite hirviendo, el periódico doblándose, y ningún pájaro cantando. El día empieza y mis padres fingen que nada nunca pasó, aunque ellos recuerdan cada segundo y esa memoria les crea rencor y recelo. Eso no es amor. 

Mi día empieza como cualquier otro en la vida de un adolescente: despierto, me baño, me alisto, desayuno y camino a la escuela. 
Mi día transcurre sin alguna variable de lo que ya he relatado, y mis tardes, oh mis tardes... 
Últimamente mis tardes son difíciles, mis noches peores, y a la media noche, lloro un poco. 

Verán, cada día mis padres muestran menos tolerancia hacia mi madre. Mi padre no tolera verla y mi madre no tolera no poder verlo feliz, y ambos dicen que la culpa, la lleva mi madre. Mi madre se somete cada día más a mi padre, pensando que eso lo hará feliz. Cada capricho que mi padre sutil o directamente expresa, mi madre lo cumple. Se ha puesto a su absoluta disposición, mi madre se ha convertido en un trapo para mi padre. Y mi padre, oh bueno, no sé si culparlo a él, a él le tengo lástima. 
Mis noches, mis noches son peores, una vez en la cama, los monstruos gritan y gritan, tengo miedo, mucho miedo. ¿Creerán que un niño de 13 años sigue pensando que los monstruos son reales? Pues sí, creo en los monstruos, sé que existen, conozco a por lo menos dos. Uno grita en la noche, y el otro me aterra a eso de las 12:00am, cuando muchas veces, rompe algo. Tengo miedo.

De ese espanto que te hace sentir un horrible vacío en la garganta, en el corazón, y que lentamente te va carcomiendo y llenando de dolor todo el cuerpo, Una vez que ese veneno llega al corazón, lo bombea hasta la punta de los dedos de tus pies, y todo el cuerpo está exhausto, adolorido, harto. Y ese miedo no se va, ese miedo se queda y reaparece cuando el monstruo avisa su llegada con sus gritos y alaridos. Hay veces que le soy indiferente al dolor, siempre está, siempre llega, a veces el dolor me aburre y me pregunto ¿no podré ser feliz? Oh, pero mis noches, ay mis noches no son nada comparadas con las veces en que el sueño se interrumpe y amanezco en ese instante en el que los monstruos atacan a mis padres. Ellos saben que existen, ellos los conocen, ellos también sufren de lo mismo. 

Los monstruos no salen del clóset para asustarme, llegan a la casa sin avisar, iracundos y exhaustos, y lo único que quieren es vernos llorar. A la media noche, me despierto en el momento menos idóneo y me paraliza el grito de mi madre, me confunde el miedo y la amargura de su grito, no sé qué sentir, pero mi corazón lo sabe, porque cuando menos lo pienso, ya estoy llorando. Cuando despierto en esas veces, la única manera de reconciliar el sueño es mediante las lágrimas. Llorar es bueno, ¿sabían? es higiénico, limpia los ojos, limpia las mejillas y despeja la mente. Lloro sin vergüenza, lloro hasta que me canso, hasta que ya no puedo más, y despierto en otro día, como magia. 

Mis días se resumen a esto, la triste y monótona rutina de llanto tras llanto, de ser aterrorizado por un par de monstruos. ¿Saben lo que se siente llorar y llorar, día tras día sin poder hacer algo al respecto? Sabiendo que las cosas no mejorarán hasta que los monstruos desaparezcan, hasta que algún día tome el valor de enfrentarlos, de derrotarlos de la manera más épica y fantástica: resistiendo sin llorar. Porque cuando logre no llorar, será el día en que me sentiré tranquilo. Cuando pueda verlos a los ojos, sentirme indiferente a sus gruñidos y lamentos (porque los monstruos también lloran) los habré vencido. Algún día seré lo suficientemente fuerte y valeroso como para decir "¡¡Quiero ser feliz!!". 

Algún día me enamoraré de la vida, seré feliz por la única razón en el mundo lo suficientemente buena como para serlo: seré feliz porque vivo. Algún día podré, pero no hoy, ni mañana, ni tal vez dentro de algún largo tiempo... solamente quisiera que todo esto se acabara, poder empezar de nuevo, como un bebé, Aprendería a caminar, aprendería a hablar con las personas, tendría amigos con quien jugar, tendría ese sentido de aventura que tienen los pequeños, que nunca tuve, que nunca me dejaron tener. 
Esta noche me hago la promesa más grande de mi vida: "No importa cómo ni cuando, siempre lucharé por mi felicidad" Pero cuando mis epifanías filosóficas pre-pubertas acaban, la cafetera me despierta. 

Un día, dos días, 6 tazas de café, 5 camisas usadas, y millones de lágrimas. No paramos de llorar, no podemos, mis padres y yo tenemos miedo. No podemos dejar de llorar, yo no. Hay cosas que no están en mis manos, pero... si por mí fuera... la vida sería diferente, si fuera capaz de tolerar los gritos y rugidos noche tras noche. 
Pero no, no dejaré que el miedo me venza, seré más fuerte, me lo he prometido. A pesar de que noche tras noche en mi cama la pequeña apertura de mi puerta deje entrar ese franja de luz y esa aire pavoroso, algún día podré inhalar aire puro, cada respiro será un momento de éxtasis, de orgullo, de felicidad, yo lo sé, me lo he prometido. 

-Buenas noches, que sueñes con los angelitos -y mi madre me acarició la sien, y con ojos pesados y afligidos, me besó no con amor, sino con compasión, sentí dos o tres lágrimas cayendo durante besaba mi frente, y se alejó para mirarme con ternura. 
-Tengo miedo mamá. 
-Yo también, pero ya verás que todo sale bien, ¿sí?, duérmete que mañana hay escuela. 
-Sí mamá... -respondí con cierta curiosidad, parecía que la mirada de mi madre sabía algo que no podría llegar a pronunciar por temor a una vez derramar una lágrima, no dejar de llorar. 
-Te amo, adiós –extrañamente así me dio las buenas noches. 
Esta noche, mi madre cerró la puerta, pero la acústica de mi casa me permitió escuchar cada peldaño que crujía cuando mi padre lo bajaba. Los olores eran tan fuertes, que en cuestión de segundos percibí ese perfume que sale de sus poros, alcohol evaporándose de su piel y la botella que en su mano hacía ese sonido líquido agitado. Junto con ese olor, me llegó el miedo, sentía temor y a la vez, un silencio solemne empeoraba el crujir del escalón, había ira en su respirar retumbante. De repente, ese sexto sentido que crea la conexión entre un hijo y su madre, me permitió saber que mi madre lloraba, yo también comencé a llorar. Uno, dos, tres minutos de silencio y lágrimas, cuando la botella fue rota no sé en donde. Yo llorando, no supe si mis lamentos serían vitalicios. Ese mismo sexto sentido, me hizo sentir un enorme vacío, mi madre...pudiera que lo último que olió fuera un sudor etílico y una violencia ciega, le temo al silencio, le temo al alcohol.


Ahora que despierto tengo miedo, no quiero salir de cama. ¿Qué si esos monstruos siguen ahí? Yo les dije, los monstruos son reales, justo ayer atacaron a mi padre, entraron en su cuerpo y lo cegaron de conciencia; mi padre dejó que el monstruo lo dominara, cada día lo hizo. ¿No vio que cada día que se dejó dominar por la ira y el miedo, nos destruía? 
Tengo miedo, desconozco mi presente, tengo miedo de mi porvenir, de la soledad, tengo miedo y no quiero despertar, dormiré, eso haré, es una pesadilla, desde ayer lo ha sido. Ya verán, despertaré al lado de mi madre, ya verán, ese monstruo dejará a mi padre. Seré feliz, seré feliz cuando despierte.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Damián Sérrezs - Capítulo sexto





Ahora más que nunca, más que alguna vez, más que nadie, puedo decir que me odio. He perdido noción del cariño, he perdido todos sentimiento de alegría, he destruído mi felicidad con mis propias manos.
Yo mismo destruí mi felicidad, con mis manos, con el filo de mi desesperación, de mi miedo, de mi odio. Odio a mí mismo, a mis errores, a mis fracasos, el odio a las cosas que he hecho y el miedo a no poder enmendarlas.
Ahora más que nunca, odio esta tina, odio esta sangre, odio esta noche. Lo que antes era un delirante capricho de mi psicopatía el sentir el placer de destruir un cuerpo sin alma, es hoy, diferente. He destruido dos cuerpos, dos almas: la suya y la mía, mi alma ha muerto, mi mente se ha suicidado, él se la llevo sabiendo que no podría vivir separado de sus labios, la invitó a la muerte porque sabía que sin él, yo soy nada.
Pero yo no quise. Fue el momento, fue un error desesperado, lo hice sin pensar, no supe qué hacer, sólo tomé un cuchillo y fue ahí cuando por primera vez, realmente sentí su corazón.
Me vio, aterrado; me vio y me aborreció, me desconoció. Esa mirada fue mi condena, ese miedo y ese pavor, los ojos de alguien que yo amé conociendo mi más oscuro secreto, mi narcisismo. Me odió, y esos dos ojos despedazaron mi alma inmediatamente, me perforó y dejó a mi alegría desangrarse, como yo lo dejé en el piso de mi cocina.

Hoy ya no me importa nada, pasaré a ser de aquellos animales, hoy he muerto, hoy me despido de mí mismo. Porque de ahora en adelante la vida no será vida, no sin él. Porque de ahora en adelante, si pienso, existiré y recordaré esos ojos moribundos que sollozaban por un socorro, y yo, se los negué. Porque de ahora en adelante no pensaré, si pienso, tendré conciencia de mí mismo, de mi horroroso ser.
Nunca en mi vida había asesinado a alguien pero hoy sí, me maté a mi mismo y maté a la persona que más admiraba, que mas adoraba, que más amé. En él, vi todo lo bueno que pudiera haber en mí, todo lo que yo considero venerable, y yo mismo, lo destruí. Es poco decir que arruiné su vida y la mía, es poco decir que nunca más podré sonreír. ¿De qué sirve pensar lo que siento? ¿De qué sirve intentar expresarme?, si han sido pocos los que experimentan esto... este asco de vivir.

Cómo desearía poder ahogarme en esta sangre, en esta bañera, en el baño que me trae tantos malditos recuerdos. Desearía quemar al mundo para que me comprendiera, quemarlo por completo y que se quedara desolado, en cenizas, con el gélido viento que habrá después del fuego que ahora me consume.
Y me imagino, qué hubiera sido de mi vida, de nosotros.
Aquellos mundos donde las estrellas son de colores, donde el viento siempre lleva ese olor a rosas, y donde sólo estamos él y yo, apartados del mundo, unidos por nuestras palmas, conectados por cuerpo y mente.
 Eso, eso que tanto anhelé me lo he negado. Dejé que entrara en mí, un sentimiento de asco y desprecio que pensé que me traería alegría. Me amargué y me pudrí.
Yo corrompí ese mundo de fantasía que alguna vez conocí, le maté, me he suicidado.

Cada cosa me recuerda a ese odio que me carcomió y me quemó, esta sangre, esta tina, los mosaicos de este baño, ese espejo.
¿Todo por qué? Por unos cuantos años de verme igual, a ese extremo llegó mi narcisismo. No por amarme sobre todo ni todos, sino por pensar que la belleza me traería felicidad. Ahora entiendo que solo fui objeto de una excitación propia de animales decadentes, que sólo serví a un mal y destruí mi virtud. Mi belleza no me trajo felicidad, me trajo un placer más efímero que la vida.
Esa sensación que sentía en la cama junto a ellos, exaltado y extasiado, totalmente libre de preocupaciones, era efímera. Por unos segundos encontraba completo placer y euforia, ¿y después qué?. 
Estoy condenado a tener una mente capaz, porque justo después de ese momento de tensión y liberación, ese momento sudoroso donde compartíamos cuerpos y nada más placer, duraba un segundo; luego vi, cómo eramos menos que animales, como cada uno de nosotros caería en la desgracia, en la miseria. "Y díganme ustedes animales, ¿les gusta vivir?".
¿Qué quieren de la vida? 

De la vida yo quise lo mejor. Cuando lo conocí, entendí que debía ser más y más, siempre mejor y mejor, siempre ambicioso. Querer más pasión y más amor entre nosotros, esforzarnos y aprovechar que vivimos, para así ser siempre lo mejor que podamos, a cada momento.

Tantas cosas aprendí, para que en un momento, se resquebrajara mi vida y cayera en mil lágrimas, como las que ahora suelto.
La mitad de esta tina está llena de su sangre, la mitad, de mis lágrimas. Odio como esta noche terminó, falta que venga el sol, pero sé que vendrá en unos minutos. Por favor, quémame todo, mátame, destrúyeme, aniquílame y asegúrate de que no haya rastro de mí. Incinérame, entiérrame, dególlame, destrípame, destrózame, por favor, por favor.

Hoy estoy a unos días de volver al trabajo, hace tanto que lo había olvidado.
Hoy recuerdo aquellos días que pasé a su lado, los pasé de la mano, los pasé viendo sus ojos.
Y recuerdo esas conversaciones secretas entre ese lapso en el que me enamoré de él y en que lo asesiné, esas conversaciones a la luz de la luna, en mi azotea, escuchando las canciones viejas que tanto me gustan, con ese sonido rasposo del vinilo que da un efecto de antaño y con esa luz de luna sobre nosotros. Esa noche hablamos de tantas cosas, nuestro pasado, nuestros padres, nuestro concepto del amor y del futuro, del presente y del ahora.
-¿Crees en Dios?- me preguntó entre las tantas palabras que corrían de nuestros labios. 
-Creo en ti, suficiente Dios tengo contigo.
Era la media noche, y como par de lunáticos que eramos, teníamos una merienda de media noche, sentados con nuestras piernas al borde del edificio, aún viendo la luna.  Tanto hablamos esa noche.

Y ahora que prácticamente nado entre su sangre, no me quedan ganas de existir. 
Si existo, recordaré, si recuerdo, mi conciencia me dirá que hice mal. Y es que cuando apagas el fuego de tu propia vida, el frío que le sigue es peor a cualquiera, y las ganas de morir te invaden, sucumbes y sabes que la única opción, es quedar inmóvil para que la nieve te cubra y el frío te derrote. Morir solo, frío y desolado, como yo mismo lo busqué.
¿Cuál sería la solución de mi tortura? La misma tortura que llamo existir, el martirio de respirar, ese martirio sin recompensa.
¿Qué queda de mí? Si he de morir, he de hacerlo con una sonrisa.

Nada me haría sonreír, nada podría si en mí todavía hay conciencia, nada me quitará esa imagen quemada en mi mente. Cuando tomé conciencia de mis actos, comencé a limpiar sus heridas, a medida que caían las gotas de sangre, también lo hacían de mis ojos. Mis manos se tornaron inquietas e intenté quitarle el cuchillo, pero su expresión ya era nula, su piel comenzaba a empalidecer. Sus ojos, más muertos que nada, me helaron. Su mirada y esos resplandores de pureza; completamente opacos y consumidos.


Nunca podría profanar sus restos, no lo hice. Nado entre su sangre porque aquí enjuagué su cuerpo, aquí lo limpié y lo preparé para seguir pudriéndose, aquí conmigo. Nunca más volveré a lastimarlo, por lo que no me atrevo a hacerle lo mismo que a aquellas cerdas que desollé, nunca podría acercar de nuevo un cuchillo a su cuerpo, ni mucho menos podría desearle un destino similar. Lo amo, y estoy en deuda eterna con él.




                                                                                  ***




Esa sensación de cosquilleo que te invade desde la punta de los pies, siguiendo tu entrepierna y terminando en tu cabeza que te nubla la vista y te hace más lento, más tonto. Ese sentir que la vida se pasa en cámara lenta a pesar de que quisieras que fuera más rápido. Las luces de colores que parpadean en tu cara, la única luz que te separa de una oscuridad completa que la demás gente usa para desinhibirse. Piensan que si la oscuridad es la suficiente, ni Dios podrá verlo. Al comienzo del día, la culpa no la tiene uno, no, la tiene el alcohol, esa maldita bendición que nos deja libres de mente por la noche, y completamente hartos de pensar por la mañana.
Agreguen a esa mezcla, estar rodeado de dos mujeres con un sudor seco y maquillaje corrido, esas mujeres de existencia obscena y risible. Este, es el ambiente que me propicié.


Así será, noche tras noche, hasta que algún gélido orgasmo me destruya.


Una, dos, tres noches, una, dos, seis mujeres.
Una, dos, tres semanas, uno, dos, ya no sé cuánta gente.
Y mi vida es como antes, ya ni vida he de llamarle, ya ni de pensar me atrevo.
Quisiera despedirme, para siempre.


Pero cada maldito día que vuelvo a mi hogar, lo observo y hace que me odie, ese cuerpo putrefacto, maloliente y descompuesto que algún día veneré y deseé, ¿Qué hacer ahora?
Cada maldito día, vengo a mi hogar y lo veo, ahí tirado en mi cocina, apestando el edificio.


He tenido que mentir algunas veces, esos vecinos metiches que a cualquier excusa me molestan y me exigen de su tiempo, para que al final puedan insinuarse tan vulgarmente. Mujeres menopáusicas que pasan el resto de sus días fantaseando con que alguna vez, me tendrán en sus camas con una rosa esperándolas, con un mueca sensual y sobre las sábanas de seda que estrenaron hace mil años, cuando aún pretendían virginidad para sus nuevos maridos.


Hoy, no queda más que reanudar lo que hace mucho, llamé vida.
Voy devuelta a ser mi más grande crítico, el más grande patán, volveré a observarme en el espejo.
Cierro los ojos, y abro la puerta del baño que tanto miedo tengo de abrir; y con los ojos cerrados, doy el primer paso. Un ligero espasmo me produce una inhalación involuntaria, como si del aire me llenara de valor y de recuerdos, porque cuando abro los ojos, quieren explotar en lágrimas.
Pero no, ya no lloraré, ya no hay nadie a quien salvar, y no podría, no sería capaz, de lamentarme por mí.
Me acercó a el espejo, pero sólo de manera que mi cuerpo se refleje.
"Soy valiente, yo puedo." y me acerqué más.
Vi mi rostro, intacto, sorprendente, igual que cuando fui de Nathaniel.
A pesar de tanto desgaste de mi alma, mi rostro y mi cuerpo siguen igual, soy perfecto.
Pensé que la tristeza me carcomería, tanto en cuerpo como en lo que queda de mi alma.


-Sigo siendo bello -dije y súbitamente pareció que mi rostro se derretía, con rápidas burbujas de piel podrida explotando sobre mi cara, con mis ojos lagrimando un poco de sangre, una imagen grotesca que pareció un presagio de mi porvenir, un terrible vistazo de mi muerte, la imagen putrefacta de mi alma, el asqueroso reflejo de mi conciencia plasmado en un vidrio. Grité, naturalmente lloré y cerré los ojos tan fuerte como mis palmas, temblé y cuando el eco de mi grito se acabó, abrí los ojos para encontrarme como antes de esta visión.


Desperté, afortunadamente desperté, esperando que lo anterior sólo hubiera sido un mal sueño que se pase con una noche más. Hoy es una mañana más, e igual que las últimas semanas, despierto con ellos, acurrucando sus sudadas piernas, con rastros de cosas innombrables y con un cansancio y dolor gozosos que provocan esa pícara incertidumbre. "¿Qué hice anoche?".
Pierdo mi conciencia, pronto moriré, desahuciado y desolado, como me lo merezco.


                                                                                 ***


Qué curiosa es la vida, ¿no?
Lo que alguna vez más anhelé, no llegó a mí, sino hasta que lo conocí. Imagen perfecta y persona ideal para mí, porque si hubiera un hombre perfecto, a cualquiera con cerebro le sería innegable decir "Él es perfección".
Pero, no sé por qué, la vida (o más bien yo), hizo que la muerte de mi bien más preciado, su amor, me restregara qué tan retorcida fue alguna vez mi voluntad.
Cada vez que me miro es una tortura de verme, intacto, ¿y todo por qué?. Ya no sé nada, no sé si esté loco, si esté enfermo, o si realmente esa locura sangrienta me trajo por fin lo que busqué. Lo que sí sé, es que no quiero pensar. Por lo mismo, debo de apresurar el día que acaba de comenzar.


Hoy como todos los días que me lo permita este desgastado conjunto de vísceras, desperté sobre alguien más, y así será el próximo y el próximo día. Hasta que la muerte nos separe.


Que la muerte llegue pronto, que me separe de esta excusa de mujer.


                                                                                   ***


Despierto, y lo mismo de siempre en mí y en ellos: ese olor a alcohol que perdura en nuestro cabello junto con el vómito que produjo; la pestilente marca de nuestros esfuerzos para al fin conseguir una sonrisa, aunque fuera de esa manera tan impía; y la siempre inherente expresión deprimente y lastimosa que tienen, de conformismo, de prostituta suicida y de amargura post-marital.


Lo bueno es que hoy, terminé encima, por lo que salir de la cama no fue difícil.
Yo, como siempre, escabulliéndome por evitar ser visto, olido, tocado o querido, una vez consciente; con la punta de cada uno de mis pies, voy intentando no pisar nada, no hacer ruido y sobre todo, queriendo evitar pisar... eso, que quedó de anoche, así hasta el baño que es donde dejé mis cosas. Cuando al fin lo alcanzo, me adentró hacia el demasiado pequeño cuarto y entre cierro la puerta. No hay tiempo para lujos, sólo lo necesario, sólo pantalones. Y entonces, mi último rastro de vanidad que me permite mi sobria conciencia. Arreglarme el cabello en el espejo. "Sólo un poco más acá" pensé, mientras acicalaba viendo el pequeño espejo.
Los mechones de cabello sobre mi cara que quité me dejaron ver un rastro de no sé qué en la comisura de mi boca, asqueado y no queriendo saber si era vómito mío o ajeno, me volteó contra el espejo para tomar una toalla, limpio y volteo al espejo, para verme de nuevo, cuando sólo pude ver esa imagen de mí de nuevo...
Afortunadamente mis dientes no dejaron salir mi grito aterrorizado, pero el aliento que salió de mi boca, se llevó mi alma por unos segundos.


Tengo miedo del espejo, no quiero volverme a ver... no así.


                                                                                       ***


Hoy llegué a mi casa, con los ojos llorosos y cada segundo que respiraba mis manos temblaban mil veces más rápido de lo que me tomaba dar un aliento. Mi piel se emblanqueció y mis ojos han muerto. Su azul cada vez se torna más oscuro y lúgubre, sé que muero lentamente, pero muero del susto.
No quise respirar, aunque mis pulmones también sufrían de espasmos que me produjeron una hiperventilación. La cual calmé al arrojarme sobre mi sillón y llorar del miedo con la cara en una almohada. Lloré y grité, dándole luto a mi belleza que hoy vi podrida en el espejo.
Aunque, ya qué... no importa qué tan apuesto sea, seguiré teniendo las mismas noches con el mismo fin hasta que tenga cuerpo. "Hasta que el cuerpo aguante", rezan ellos; "La tristeza tiene una sola cura, la inconsciencia".
"Qué mejor manera de morir -piensan ellos -sino con una sonrisa en mi rostro, y una mujer sobre mí"
Me gustaría saber la historia de cada uno de ellos, eso hago cuando intento embriagarme, siempre supongo que han de tener penas, si bien no tan pesadas como las mías, algo que haya destruido en ellos su esperanza.
El sexo, el alcohol, toda esa droga que aman y bendicen como "orgasmo"; ¿para qué?. Al final de la noche, despertarán sabiendo que sus miserables vidas siguen siendo iguales, saben que del sexo no conseguirán nada más que 5 segundos en los que puedan realmente creer, que la persona debajo de ella, los ama. "¡¡Amor, al fin!!".
Si yo he de saber de amor... yo mismo lo maté.


Pobres imbéciles, tan jóvenes y pensando que la vida se vive así: con un trago en la mano y la otra en el trasero de alguien más. Me pregunto, ¿sus padres habrán muerto?. ¿Habrán sido abusados, destruidos? ¿Qué tuvo que suceder para que cometieran tal suicidio espiritual?... o simplemente ¿nacieron así?
Yo sé que no. Una noche después de hacer el amor, Nathaniel me contó sobre su padre, porque como acostumbrábamos, después del sexo, platicábamos hasta el amanecer. "Mi padre estaba muerto para mí". Según Nathaniel, cada vez que su padre prefería el alcohol a su familia, su padre renunciaba a toda capacidad de elegir. Se convertía en un animal violento y sobre todo, ansioso.
Oh, las noches que pasó con ellos las pude entender cuando vi cómo la lágrima corría de su ojo, una lágrima.
Su madre nunca gritó. "Quiso protegerme del miedo" dijo Nathaniel. La mujer contuvo siempre todas las ganas de gritar, de pelear, de matar a la bestia que la torturaba con su ansia por sexo.
Nathaniel... ¡¡carajo!! lo olvidé.


Hace dos semanas que su... que se pudre en mi cocina. Sinceramente, no reconozco su rostro, no veo nada en él sino lo que yo mismo vi en mi reflejo. Un asqueroso vestigio de humano, un descompuesto y rancio cuerpo.
Imaginen, un cadáver con dos semanas al aire libre... si pudieran imaginar el olor, no sentirían amor por alguien así. Ya no puedo tenerlo aquí, simplemente es nauseabundo, asqueroso.
Ya ni a tocarlo me atrevo. ¿Irónico no? hace poco más de dos semanas moría por tener mis manos encima de él.
Ahora uso guantes de latex amarillo, como ama de casa, para atreverme y sin respirar, de tomar sus piernas, y arrastrarlo hasta mi baño.
No sé si era pus, o simplemente su piel como licuada, lo que manchaba mi piso. Cada centímetro que yo avanzaba, él lo ensuciaba. Dejaba cabellos, dejaba pedazos de piel y no sé qué más, cerré los ojos y mantuve mi vómito dentro de mí, ya él ensuciaba lo suficiente.
Cuando al fin vi sobre mis pies los mosaicos blancos de mi baño, tomé con la fuerza suficiente y lo llevé hasta dentro. Un poco más hasta la regadera, y al fin.
Prácticamente se deshizo, el agua caliente que vertía la regadera sobre su cuerpo se llevaba todo, piel, carne, cabello y también unas cuántas lágrimas mías.


Cuando intenté conservarlo más tiempo junto a mí, él se ranciaba más rápido. Cuando quise seguir amándolo, no pude más que sentir asco. Cuando intento ayudarlo, lo perjudico.
Tal vez lo quise demasiado, demasiado porque no supe amarlo.
O tal vez, existe la pequeña e improbable posibilidad, de que Dios esté a mi lado. Ese viejo furioso que nunca quise conocer. Dios burlón y cruel, me has condenado a sufrir lo que Nathaniel sufrió.
Cuando él me quiso a su lado, yo lo destruí; cuando quiso amarme a mí, yo sólo lo usé; pero sobre todo, cuando yo destrocé su corazón, él arrasó con el mío.


En cuestión de minutos, sólo quedarán sus huesos, en cuestión de minutos, ya habrá muerto para mí.
Y ahora es cuando me pongo cursi, como si mi vida fuera a ser resumida en palabras, no lo será.
Yo fui verdugo de mi muerte, fui causante de mi felicidad y él, mi medio para alcanzarla. Responsable de mí, cada momento que respiro.
Pero me traicioné, me suicidé, maté a mi ideal, desgarré mi corazón y ahora, se queda al lado de Nathaniel.


"¡¡Adiós!! -le dije- Nathaniel". Y cerré mis ojos, evitando llorar más.
Cerré mis ojos para por última vez, despedirme de él, despedirme de mi vida.
Abriré los ojos, e intentaré de nuevo, viviré de nuevo. Me despido de la culpa y abro los ojos.
Pero al parecer mis ojos no abren, porque todo sigue oscuro. Intento separar más mis párpados, pero ya no puedo exigirles más. Sólo veo oscuridad... y con la mano me aseguro tener los ojos abiertos, para sólo picarme un ojo.
Pero no entiendo, ¿qué pasa?. Tengo los ojos abiertos, y no veo nada.
Ah, pero algo sí veo en la oscuridad... no sé si quiera verlo. Es el reflejo de mi pared en ese espejo.
"Viejo burlón, ¿así me castigas?... Dios, eres cruel"...ya qué, peor no ver nada que verme despedazado.


Al fin, me acercó para sólo reír; mi reflejo está bien, es naturalmente sano y hermoso, soy yo, en el esplendor de mi juventud, y también esa expresión de soberbia que este bendito narcisismo me trae. Me extrañaba.
No pude más que reír y verme al espejo con esa sensación de envidia. "Quisiera ser otro para verme con ojos ajenos". Pero... sigo preguntándome, ¿por qué no veo nada?.
¿Ésta es tu condena Dios? Una eternidad de ver mi reflejo... qué tonto has sido, aun así, gracias.


-Lo sabía, eres perverso - veía mi boca moverse, no sólo hablando, sino derritiéndose y cayéndose. Quemándose y quedando deforme, mi cabello pudriéndose y mi carne cayendo a la oscuridad.
-Lo entiendo -pensé -ahora yo me pudro.


En cuestión de segundos, vi cómo mi rostro, trozo por trozo, fue pudriéndose, tal y como le sucedió a Nathaniel... en esos pocos segundos, perdí la razón, porque justo vi mi quijada caer y sollocé como nunca. Yo me di miedo, no pude verme más, pero la oscuridad me atrapó y cuando corrí lejos del espejo, golpeé contra ella, no sé cómo, pero todo lo que pude ver, fueron los rastros de mí que quedaban en esa barrera invisible. Una, dos, quince veces pasó, hasta que por última vez, me golpeé contra la pared. -Si muero, que sea rápido -pensé.
Con mis últimos pensamientos, en lo que mis ojos mueren por completo... gracias, y perdóname.


                                                                                ***


...gracias. Gracias Dios, gracias, gracias, gracias. Pienso, estoy pensando, puedo pensar, todavía existo, pero ahora más que nunca en mi vida tengo miedo de abrir los ojos. Tengo miedo, miedo de lo que podría ser esto.
¿Será el infierno? ¿O se habrá apiadado de mí y me habrá dado otra oportunidad? Gracias Dios, gracias.
Todo es blanco, todo es suave, ¿nubes acaso?... pero las nubes me han atado, estoy aquí acostado y atrapado en una nube, todo es blanco, excepto la luz que entra por esa ventana. ¿Qué es esto? ¿Por qué las nubes atan mi cuerpo? Me siento mareado... algo drogado probablemente. Dios me ha dejado una bandeja de plata, un pan y unas píldoras... Bendito seas.