Aquí...

En realidad no planeo que lean esto, es simplemente una manera de no perder borradores, cuentos, escritos que me place hacer, pero si lo estás leyendo, gracias.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Damián Sérrezs - Capítulo sexto





Ahora más que nunca, más que alguna vez, más que nadie, puedo decir que me odio. He perdido noción del cariño, he perdido todos sentimiento de alegría, he destruído mi felicidad con mis propias manos.
Yo mismo destruí mi felicidad, con mis manos, con el filo de mi desesperación, de mi miedo, de mi odio. Odio a mí mismo, a mis errores, a mis fracasos, el odio a las cosas que he hecho y el miedo a no poder enmendarlas.
Ahora más que nunca, odio esta tina, odio esta sangre, odio esta noche. Lo que antes era un delirante capricho de mi psicopatía el sentir el placer de destruir un cuerpo sin alma, es hoy, diferente. He destruido dos cuerpos, dos almas: la suya y la mía, mi alma ha muerto, mi mente se ha suicidado, él se la llevo sabiendo que no podría vivir separado de sus labios, la invitó a la muerte porque sabía que sin él, yo soy nada.
Pero yo no quise. Fue el momento, fue un error desesperado, lo hice sin pensar, no supe qué hacer, sólo tomé un cuchillo y fue ahí cuando por primera vez, realmente sentí su corazón.
Me vio, aterrado; me vio y me aborreció, me desconoció. Esa mirada fue mi condena, ese miedo y ese pavor, los ojos de alguien que yo amé conociendo mi más oscuro secreto, mi narcisismo. Me odió, y esos dos ojos despedazaron mi alma inmediatamente, me perforó y dejó a mi alegría desangrarse, como yo lo dejé en el piso de mi cocina.

Hoy ya no me importa nada, pasaré a ser de aquellos animales, hoy he muerto, hoy me despido de mí mismo. Porque de ahora en adelante la vida no será vida, no sin él. Porque de ahora en adelante, si pienso, existiré y recordaré esos ojos moribundos que sollozaban por un socorro, y yo, se los negué. Porque de ahora en adelante no pensaré, si pienso, tendré conciencia de mí mismo, de mi horroroso ser.
Nunca en mi vida había asesinado a alguien pero hoy sí, me maté a mi mismo y maté a la persona que más admiraba, que mas adoraba, que más amé. En él, vi todo lo bueno que pudiera haber en mí, todo lo que yo considero venerable, y yo mismo, lo destruí. Es poco decir que arruiné su vida y la mía, es poco decir que nunca más podré sonreír. ¿De qué sirve pensar lo que siento? ¿De qué sirve intentar expresarme?, si han sido pocos los que experimentan esto... este asco de vivir.

Cómo desearía poder ahogarme en esta sangre, en esta bañera, en el baño que me trae tantos malditos recuerdos. Desearía quemar al mundo para que me comprendiera, quemarlo por completo y que se quedara desolado, en cenizas, con el gélido viento que habrá después del fuego que ahora me consume.
Y me imagino, qué hubiera sido de mi vida, de nosotros.
Aquellos mundos donde las estrellas son de colores, donde el viento siempre lleva ese olor a rosas, y donde sólo estamos él y yo, apartados del mundo, unidos por nuestras palmas, conectados por cuerpo y mente.
 Eso, eso que tanto anhelé me lo he negado. Dejé que entrara en mí, un sentimiento de asco y desprecio que pensé que me traería alegría. Me amargué y me pudrí.
Yo corrompí ese mundo de fantasía que alguna vez conocí, le maté, me he suicidado.

Cada cosa me recuerda a ese odio que me carcomió y me quemó, esta sangre, esta tina, los mosaicos de este baño, ese espejo.
¿Todo por qué? Por unos cuantos años de verme igual, a ese extremo llegó mi narcisismo. No por amarme sobre todo ni todos, sino por pensar que la belleza me traería felicidad. Ahora entiendo que solo fui objeto de una excitación propia de animales decadentes, que sólo serví a un mal y destruí mi virtud. Mi belleza no me trajo felicidad, me trajo un placer más efímero que la vida.
Esa sensación que sentía en la cama junto a ellos, exaltado y extasiado, totalmente libre de preocupaciones, era efímera. Por unos segundos encontraba completo placer y euforia, ¿y después qué?. 
Estoy condenado a tener una mente capaz, porque justo después de ese momento de tensión y liberación, ese momento sudoroso donde compartíamos cuerpos y nada más placer, duraba un segundo; luego vi, cómo eramos menos que animales, como cada uno de nosotros caería en la desgracia, en la miseria. "Y díganme ustedes animales, ¿les gusta vivir?".
¿Qué quieren de la vida? 

De la vida yo quise lo mejor. Cuando lo conocí, entendí que debía ser más y más, siempre mejor y mejor, siempre ambicioso. Querer más pasión y más amor entre nosotros, esforzarnos y aprovechar que vivimos, para así ser siempre lo mejor que podamos, a cada momento.

Tantas cosas aprendí, para que en un momento, se resquebrajara mi vida y cayera en mil lágrimas, como las que ahora suelto.
La mitad de esta tina está llena de su sangre, la mitad, de mis lágrimas. Odio como esta noche terminó, falta que venga el sol, pero sé que vendrá en unos minutos. Por favor, quémame todo, mátame, destrúyeme, aniquílame y asegúrate de que no haya rastro de mí. Incinérame, entiérrame, dególlame, destrípame, destrózame, por favor, por favor.

Hoy estoy a unos días de volver al trabajo, hace tanto que lo había olvidado.
Hoy recuerdo aquellos días que pasé a su lado, los pasé de la mano, los pasé viendo sus ojos.
Y recuerdo esas conversaciones secretas entre ese lapso en el que me enamoré de él y en que lo asesiné, esas conversaciones a la luz de la luna, en mi azotea, escuchando las canciones viejas que tanto me gustan, con ese sonido rasposo del vinilo que da un efecto de antaño y con esa luz de luna sobre nosotros. Esa noche hablamos de tantas cosas, nuestro pasado, nuestros padres, nuestro concepto del amor y del futuro, del presente y del ahora.
-¿Crees en Dios?- me preguntó entre las tantas palabras que corrían de nuestros labios. 
-Creo en ti, suficiente Dios tengo contigo.
Era la media noche, y como par de lunáticos que eramos, teníamos una merienda de media noche, sentados con nuestras piernas al borde del edificio, aún viendo la luna.  Tanto hablamos esa noche.

Y ahora que prácticamente nado entre su sangre, no me quedan ganas de existir. 
Si existo, recordaré, si recuerdo, mi conciencia me dirá que hice mal. Y es que cuando apagas el fuego de tu propia vida, el frío que le sigue es peor a cualquiera, y las ganas de morir te invaden, sucumbes y sabes que la única opción, es quedar inmóvil para que la nieve te cubra y el frío te derrote. Morir solo, frío y desolado, como yo mismo lo busqué.
¿Cuál sería la solución de mi tortura? La misma tortura que llamo existir, el martirio de respirar, ese martirio sin recompensa.
¿Qué queda de mí? Si he de morir, he de hacerlo con una sonrisa.

Nada me haría sonreír, nada podría si en mí todavía hay conciencia, nada me quitará esa imagen quemada en mi mente. Cuando tomé conciencia de mis actos, comencé a limpiar sus heridas, a medida que caían las gotas de sangre, también lo hacían de mis ojos. Mis manos se tornaron inquietas e intenté quitarle el cuchillo, pero su expresión ya era nula, su piel comenzaba a empalidecer. Sus ojos, más muertos que nada, me helaron. Su mirada y esos resplandores de pureza; completamente opacos y consumidos.


Nunca podría profanar sus restos, no lo hice. Nado entre su sangre porque aquí enjuagué su cuerpo, aquí lo limpié y lo preparé para seguir pudriéndose, aquí conmigo. Nunca más volveré a lastimarlo, por lo que no me atrevo a hacerle lo mismo que a aquellas cerdas que desollé, nunca podría acercar de nuevo un cuchillo a su cuerpo, ni mucho menos podría desearle un destino similar. Lo amo, y estoy en deuda eterna con él.




                                                                                  ***




Esa sensación de cosquilleo que te invade desde la punta de los pies, siguiendo tu entrepierna y terminando en tu cabeza que te nubla la vista y te hace más lento, más tonto. Ese sentir que la vida se pasa en cámara lenta a pesar de que quisieras que fuera más rápido. Las luces de colores que parpadean en tu cara, la única luz que te separa de una oscuridad completa que la demás gente usa para desinhibirse. Piensan que si la oscuridad es la suficiente, ni Dios podrá verlo. Al comienzo del día, la culpa no la tiene uno, no, la tiene el alcohol, esa maldita bendición que nos deja libres de mente por la noche, y completamente hartos de pensar por la mañana.
Agreguen a esa mezcla, estar rodeado de dos mujeres con un sudor seco y maquillaje corrido, esas mujeres de existencia obscena y risible. Este, es el ambiente que me propicié.


Así será, noche tras noche, hasta que algún gélido orgasmo me destruya.


Una, dos, tres noches, una, dos, seis mujeres.
Una, dos, tres semanas, uno, dos, ya no sé cuánta gente.
Y mi vida es como antes, ya ni vida he de llamarle, ya ni de pensar me atrevo.
Quisiera despedirme, para siempre.


Pero cada maldito día que vuelvo a mi hogar, lo observo y hace que me odie, ese cuerpo putrefacto, maloliente y descompuesto que algún día veneré y deseé, ¿Qué hacer ahora?
Cada maldito día, vengo a mi hogar y lo veo, ahí tirado en mi cocina, apestando el edificio.


He tenido que mentir algunas veces, esos vecinos metiches que a cualquier excusa me molestan y me exigen de su tiempo, para que al final puedan insinuarse tan vulgarmente. Mujeres menopáusicas que pasan el resto de sus días fantaseando con que alguna vez, me tendrán en sus camas con una rosa esperándolas, con un mueca sensual y sobre las sábanas de seda que estrenaron hace mil años, cuando aún pretendían virginidad para sus nuevos maridos.


Hoy, no queda más que reanudar lo que hace mucho, llamé vida.
Voy devuelta a ser mi más grande crítico, el más grande patán, volveré a observarme en el espejo.
Cierro los ojos, y abro la puerta del baño que tanto miedo tengo de abrir; y con los ojos cerrados, doy el primer paso. Un ligero espasmo me produce una inhalación involuntaria, como si del aire me llenara de valor y de recuerdos, porque cuando abro los ojos, quieren explotar en lágrimas.
Pero no, ya no lloraré, ya no hay nadie a quien salvar, y no podría, no sería capaz, de lamentarme por mí.
Me acercó a el espejo, pero sólo de manera que mi cuerpo se refleje.
"Soy valiente, yo puedo." y me acerqué más.
Vi mi rostro, intacto, sorprendente, igual que cuando fui de Nathaniel.
A pesar de tanto desgaste de mi alma, mi rostro y mi cuerpo siguen igual, soy perfecto.
Pensé que la tristeza me carcomería, tanto en cuerpo como en lo que queda de mi alma.


-Sigo siendo bello -dije y súbitamente pareció que mi rostro se derretía, con rápidas burbujas de piel podrida explotando sobre mi cara, con mis ojos lagrimando un poco de sangre, una imagen grotesca que pareció un presagio de mi porvenir, un terrible vistazo de mi muerte, la imagen putrefacta de mi alma, el asqueroso reflejo de mi conciencia plasmado en un vidrio. Grité, naturalmente lloré y cerré los ojos tan fuerte como mis palmas, temblé y cuando el eco de mi grito se acabó, abrí los ojos para encontrarme como antes de esta visión.


Desperté, afortunadamente desperté, esperando que lo anterior sólo hubiera sido un mal sueño que se pase con una noche más. Hoy es una mañana más, e igual que las últimas semanas, despierto con ellos, acurrucando sus sudadas piernas, con rastros de cosas innombrables y con un cansancio y dolor gozosos que provocan esa pícara incertidumbre. "¿Qué hice anoche?".
Pierdo mi conciencia, pronto moriré, desahuciado y desolado, como me lo merezco.


                                                                                 ***


Qué curiosa es la vida, ¿no?
Lo que alguna vez más anhelé, no llegó a mí, sino hasta que lo conocí. Imagen perfecta y persona ideal para mí, porque si hubiera un hombre perfecto, a cualquiera con cerebro le sería innegable decir "Él es perfección".
Pero, no sé por qué, la vida (o más bien yo), hizo que la muerte de mi bien más preciado, su amor, me restregara qué tan retorcida fue alguna vez mi voluntad.
Cada vez que me miro es una tortura de verme, intacto, ¿y todo por qué?. Ya no sé nada, no sé si esté loco, si esté enfermo, o si realmente esa locura sangrienta me trajo por fin lo que busqué. Lo que sí sé, es que no quiero pensar. Por lo mismo, debo de apresurar el día que acaba de comenzar.


Hoy como todos los días que me lo permita este desgastado conjunto de vísceras, desperté sobre alguien más, y así será el próximo y el próximo día. Hasta que la muerte nos separe.


Que la muerte llegue pronto, que me separe de esta excusa de mujer.


                                                                                   ***


Despierto, y lo mismo de siempre en mí y en ellos: ese olor a alcohol que perdura en nuestro cabello junto con el vómito que produjo; la pestilente marca de nuestros esfuerzos para al fin conseguir una sonrisa, aunque fuera de esa manera tan impía; y la siempre inherente expresión deprimente y lastimosa que tienen, de conformismo, de prostituta suicida y de amargura post-marital.


Lo bueno es que hoy, terminé encima, por lo que salir de la cama no fue difícil.
Yo, como siempre, escabulliéndome por evitar ser visto, olido, tocado o querido, una vez consciente; con la punta de cada uno de mis pies, voy intentando no pisar nada, no hacer ruido y sobre todo, queriendo evitar pisar... eso, que quedó de anoche, así hasta el baño que es donde dejé mis cosas. Cuando al fin lo alcanzo, me adentró hacia el demasiado pequeño cuarto y entre cierro la puerta. No hay tiempo para lujos, sólo lo necesario, sólo pantalones. Y entonces, mi último rastro de vanidad que me permite mi sobria conciencia. Arreglarme el cabello en el espejo. "Sólo un poco más acá" pensé, mientras acicalaba viendo el pequeño espejo.
Los mechones de cabello sobre mi cara que quité me dejaron ver un rastro de no sé qué en la comisura de mi boca, asqueado y no queriendo saber si era vómito mío o ajeno, me volteó contra el espejo para tomar una toalla, limpio y volteo al espejo, para verme de nuevo, cuando sólo pude ver esa imagen de mí de nuevo...
Afortunadamente mis dientes no dejaron salir mi grito aterrorizado, pero el aliento que salió de mi boca, se llevó mi alma por unos segundos.


Tengo miedo del espejo, no quiero volverme a ver... no así.


                                                                                       ***


Hoy llegué a mi casa, con los ojos llorosos y cada segundo que respiraba mis manos temblaban mil veces más rápido de lo que me tomaba dar un aliento. Mi piel se emblanqueció y mis ojos han muerto. Su azul cada vez se torna más oscuro y lúgubre, sé que muero lentamente, pero muero del susto.
No quise respirar, aunque mis pulmones también sufrían de espasmos que me produjeron una hiperventilación. La cual calmé al arrojarme sobre mi sillón y llorar del miedo con la cara en una almohada. Lloré y grité, dándole luto a mi belleza que hoy vi podrida en el espejo.
Aunque, ya qué... no importa qué tan apuesto sea, seguiré teniendo las mismas noches con el mismo fin hasta que tenga cuerpo. "Hasta que el cuerpo aguante", rezan ellos; "La tristeza tiene una sola cura, la inconsciencia".
"Qué mejor manera de morir -piensan ellos -sino con una sonrisa en mi rostro, y una mujer sobre mí"
Me gustaría saber la historia de cada uno de ellos, eso hago cuando intento embriagarme, siempre supongo que han de tener penas, si bien no tan pesadas como las mías, algo que haya destruido en ellos su esperanza.
El sexo, el alcohol, toda esa droga que aman y bendicen como "orgasmo"; ¿para qué?. Al final de la noche, despertarán sabiendo que sus miserables vidas siguen siendo iguales, saben que del sexo no conseguirán nada más que 5 segundos en los que puedan realmente creer, que la persona debajo de ella, los ama. "¡¡Amor, al fin!!".
Si yo he de saber de amor... yo mismo lo maté.


Pobres imbéciles, tan jóvenes y pensando que la vida se vive así: con un trago en la mano y la otra en el trasero de alguien más. Me pregunto, ¿sus padres habrán muerto?. ¿Habrán sido abusados, destruidos? ¿Qué tuvo que suceder para que cometieran tal suicidio espiritual?... o simplemente ¿nacieron así?
Yo sé que no. Una noche después de hacer el amor, Nathaniel me contó sobre su padre, porque como acostumbrábamos, después del sexo, platicábamos hasta el amanecer. "Mi padre estaba muerto para mí". Según Nathaniel, cada vez que su padre prefería el alcohol a su familia, su padre renunciaba a toda capacidad de elegir. Se convertía en un animal violento y sobre todo, ansioso.
Oh, las noches que pasó con ellos las pude entender cuando vi cómo la lágrima corría de su ojo, una lágrima.
Su madre nunca gritó. "Quiso protegerme del miedo" dijo Nathaniel. La mujer contuvo siempre todas las ganas de gritar, de pelear, de matar a la bestia que la torturaba con su ansia por sexo.
Nathaniel... ¡¡carajo!! lo olvidé.


Hace dos semanas que su... que se pudre en mi cocina. Sinceramente, no reconozco su rostro, no veo nada en él sino lo que yo mismo vi en mi reflejo. Un asqueroso vestigio de humano, un descompuesto y rancio cuerpo.
Imaginen, un cadáver con dos semanas al aire libre... si pudieran imaginar el olor, no sentirían amor por alguien así. Ya no puedo tenerlo aquí, simplemente es nauseabundo, asqueroso.
Ya ni a tocarlo me atrevo. ¿Irónico no? hace poco más de dos semanas moría por tener mis manos encima de él.
Ahora uso guantes de latex amarillo, como ama de casa, para atreverme y sin respirar, de tomar sus piernas, y arrastrarlo hasta mi baño.
No sé si era pus, o simplemente su piel como licuada, lo que manchaba mi piso. Cada centímetro que yo avanzaba, él lo ensuciaba. Dejaba cabellos, dejaba pedazos de piel y no sé qué más, cerré los ojos y mantuve mi vómito dentro de mí, ya él ensuciaba lo suficiente.
Cuando al fin vi sobre mis pies los mosaicos blancos de mi baño, tomé con la fuerza suficiente y lo llevé hasta dentro. Un poco más hasta la regadera, y al fin.
Prácticamente se deshizo, el agua caliente que vertía la regadera sobre su cuerpo se llevaba todo, piel, carne, cabello y también unas cuántas lágrimas mías.


Cuando intenté conservarlo más tiempo junto a mí, él se ranciaba más rápido. Cuando quise seguir amándolo, no pude más que sentir asco. Cuando intento ayudarlo, lo perjudico.
Tal vez lo quise demasiado, demasiado porque no supe amarlo.
O tal vez, existe la pequeña e improbable posibilidad, de que Dios esté a mi lado. Ese viejo furioso que nunca quise conocer. Dios burlón y cruel, me has condenado a sufrir lo que Nathaniel sufrió.
Cuando él me quiso a su lado, yo lo destruí; cuando quiso amarme a mí, yo sólo lo usé; pero sobre todo, cuando yo destrocé su corazón, él arrasó con el mío.


En cuestión de minutos, sólo quedarán sus huesos, en cuestión de minutos, ya habrá muerto para mí.
Y ahora es cuando me pongo cursi, como si mi vida fuera a ser resumida en palabras, no lo será.
Yo fui verdugo de mi muerte, fui causante de mi felicidad y él, mi medio para alcanzarla. Responsable de mí, cada momento que respiro.
Pero me traicioné, me suicidé, maté a mi ideal, desgarré mi corazón y ahora, se queda al lado de Nathaniel.


"¡¡Adiós!! -le dije- Nathaniel". Y cerré mis ojos, evitando llorar más.
Cerré mis ojos para por última vez, despedirme de él, despedirme de mi vida.
Abriré los ojos, e intentaré de nuevo, viviré de nuevo. Me despido de la culpa y abro los ojos.
Pero al parecer mis ojos no abren, porque todo sigue oscuro. Intento separar más mis párpados, pero ya no puedo exigirles más. Sólo veo oscuridad... y con la mano me aseguro tener los ojos abiertos, para sólo picarme un ojo.
Pero no entiendo, ¿qué pasa?. Tengo los ojos abiertos, y no veo nada.
Ah, pero algo sí veo en la oscuridad... no sé si quiera verlo. Es el reflejo de mi pared en ese espejo.
"Viejo burlón, ¿así me castigas?... Dios, eres cruel"...ya qué, peor no ver nada que verme despedazado.


Al fin, me acercó para sólo reír; mi reflejo está bien, es naturalmente sano y hermoso, soy yo, en el esplendor de mi juventud, y también esa expresión de soberbia que este bendito narcisismo me trae. Me extrañaba.
No pude más que reír y verme al espejo con esa sensación de envidia. "Quisiera ser otro para verme con ojos ajenos". Pero... sigo preguntándome, ¿por qué no veo nada?.
¿Ésta es tu condena Dios? Una eternidad de ver mi reflejo... qué tonto has sido, aun así, gracias.


-Lo sabía, eres perverso - veía mi boca moverse, no sólo hablando, sino derritiéndose y cayéndose. Quemándose y quedando deforme, mi cabello pudriéndose y mi carne cayendo a la oscuridad.
-Lo entiendo -pensé -ahora yo me pudro.


En cuestión de segundos, vi cómo mi rostro, trozo por trozo, fue pudriéndose, tal y como le sucedió a Nathaniel... en esos pocos segundos, perdí la razón, porque justo vi mi quijada caer y sollocé como nunca. Yo me di miedo, no pude verme más, pero la oscuridad me atrapó y cuando corrí lejos del espejo, golpeé contra ella, no sé cómo, pero todo lo que pude ver, fueron los rastros de mí que quedaban en esa barrera invisible. Una, dos, quince veces pasó, hasta que por última vez, me golpeé contra la pared. -Si muero, que sea rápido -pensé.
Con mis últimos pensamientos, en lo que mis ojos mueren por completo... gracias, y perdóname.


                                                                                ***


...gracias. Gracias Dios, gracias, gracias, gracias. Pienso, estoy pensando, puedo pensar, todavía existo, pero ahora más que nunca en mi vida tengo miedo de abrir los ojos. Tengo miedo, miedo de lo que podría ser esto.
¿Será el infierno? ¿O se habrá apiadado de mí y me habrá dado otra oportunidad? Gracias Dios, gracias.
Todo es blanco, todo es suave, ¿nubes acaso?... pero las nubes me han atado, estoy aquí acostado y atrapado en una nube, todo es blanco, excepto la luz que entra por esa ventana. ¿Qué es esto? ¿Por qué las nubes atan mi cuerpo? Me siento mareado... algo drogado probablemente. Dios me ha dejado una bandeja de plata, un pan y unas píldoras... Bendito seas.