Aquí...

En realidad no planeo que lean esto, es simplemente una manera de no perder borradores, cuentos, escritos que me place hacer, pero si lo estás leyendo, gracias.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Damián Sérrezs - Parte cuatro.

A veces en la noche me pregunto si lo que hago será humano, a veces me pregunto en la noche si mi belleza valdrá sus vidas, a veces en la noche estoy solo, mi alma está sola, hasta que veo sus ojos.
Mi cuerpo goza mientras la preocupación en mi mente limita el goce de mí con él, de nosotros, ya no sé si mi conciencia exista o no, pero algo me está diciendo que me detenga. Pudieran ser los ojos que recuerdo  que me gritan penetrantes fijando su mirada en mí cuando les he impedido sentir; sólo sus ojos son capaces de moverse, porque enveneno siempre su cuerpo pero nunca su alma. Su alma vuelca el terror y el miedo através de los ojos temblorosos y horrorizados de su propio destino.
Justo ahora en la noche que descanso a su lado, recuerdo todos aquellos ojos que me han suplicado misericordia mientras de sus venas salía la vida roja que nunca quisieron usar. Pero su vida significa mi felicidad, mi belleza.


Giro mi cuerpo entero mientras lo observo a la luz de la luna, tendidos los dos en su cama, desnudos; me pregunto qué piensa él, me pregunto si llegará a saber lo que le hice a Kimberly o a tantas mujeres que sin pensarlo me ofrecen sumisión. No mato mentes, mato cuerpos, mujeres y hombres descerebrados e inútiles que se niegan a pensar en otra cosa más que en un orgasmo. El sexo les domina y no son ni bestias ni humanos, pues los animales tienen inocencia. Los animales son preferibles a éstos malditos infrahumanos que viven con un solo pensamiento en su mente: coito.
Pero si he de alegrarles la vida una última vez, les concedo ese deseo, el deseo por mí. Mi cuerpo tiene un precio, tu cuerpo. Si has de querer tocarme y gozarme he de querer gozarte, pero nunca de la misma manera. Tu vida no es vida, es una anemia interminable por placer. No vives sino para un orgasmo, como un mendigo que suplica a una prostituta. Así que qué podría sacar de provecho de ti, sino de tu cuerpo, de tus entrañas.


Y lo miro, y me pregunto, "¿Qué veo en él?"
El azulado color de la luz lunar sobre su cuerpo acostado me hace querer tomarlo y sostenerlo junto a mí, no por placer sino por ternura. Es indefenso, es suplicante y es mío. No sé si a la larga lo mate, o él me mate a mí.
Y es que ¿qué veo en él?, sus ojos verdes no son nada comparados con los míos, su cabello es largo pero sucio y su cuerpo es delgado pero firme. No veo nada extraordinario en él, simplemente... no lo sé.
Siento que él ya no me busca, sino que yo lo busco, él es mi consuelo, tal vez porque no sabe y no quiero que sepa su destino. Su inocencia es lo único que me impide matarlo.
Y lo miro y me pregunto ¿Sabrá lo que he hecho?


Lo dice su periódico, está en la sala sobre la mesita de café; el obituario me rodea, son personas que he conocido y él no sabe pero todas siguen un patrón. Me es sorprendente que la gente crea más que se han suicidado jóvenes e ilusos a que hayan sido asesinados. Gracias estupidez humana, que te condenas.
Leeré de nuevo aquellos periódicos, no sé que horas sean pero el sol se avecina por la ventana, los rayos dorados ya pintan el cielo nocturno y no he de desperdiciar el día.
Desnudo me levanto y me siento en sus sillones de cuero marrón, tomó el periódico y abro la sección de obituarios, cruzo la pierna y me recuesto en el respaldo.
  • "Paul Larkins, 80 años, suicidio"
  • "Grace Bouchott, 39 años, suicidio"
  • "Kimberly Spares, 28 años, amada hija y hermana, suicidio"
  • "Andrew Ryans, 67 años, profesor y esposo, padre y abuelo, cáncer"
  • "John Turk, 29 años, farmaceuta, suicidio"

Johhny, no recordaba a Johnny, él fue fácil, aquél empleado de mi farmacia. Lamento haberlo matado pero era guapo y siempre me sonreía, una cosa llevó a otra y cuando me di cuenta, estaba en mi cama y me dije: "Aprovecha". Y así lo hice, y así pasó, gracias a él hoy me siento bien y gracias a él, hoy Nathaniel respira, hoy.
Ya he creado una rutina, simplemente los enveneno lo suficiente con el vino que compartimos justo antes de que los complazca. Resulta que el veneno y los orgasmos van de la mano, pues justo después del clímax del momento, son incapaces de moverse. Desconozco las razones y quiero desconocerlas, quisiera atribuírselas al cianuro pero sinceramente, el dolor que les impide moverse pudiera tener otras causas, causas físicas y placenteras, quisiera no atribuírselo a lo que hago con ellos y ellas. Prosiguiendo, los llevo a la bañera e insertó una gran jeringa que siempre llevo, la jeringa es fina pero dura y siempre les drena un poco de sangre y veneno, la suficiente como para que no mueran. Después, con un cuchillo abro sus venas, y la sangre brota a chorros de ellas; llenando la bañera rápidamente.
Y cuando veo que sus bocanadas de aire se vuelven difíciles y sus ojos emblanquecen, río y les llevo a la ducha, les dejo su cuchillo al lado y abro la regadera.


Es eficiente y no ha fallado, es lo suficientemente buena como para engañar imbéciles, además siempre procuro víctimas solitarias y bobas que sólo buscan sexo. No podría llamársele homicidio, sólo los despojo de su inútil conciencia, es lo que siempre buscaron: Placer sin conciencia.
Yo les concedo sus deseos: sexo y muerte.

-Damián.
-Nathaniel -y lo veo a la puerta de su cuarto, con la luz crepuscular sobre su cabello y cuerpo, remarcando su silueta con un haz de luz suave, con una mano sobre el borde de la puerta y la cabeza gacha oculta por sus mechones de marrón cabello.
-¿Qué lees y por qué a estas horas?- preguntó letárgico y con su mano tallando sus ojos.
-Nada, nada, vístete, haré el desayuno.
-...te ves bien con tu cabello desarreglado y tú desnudo en un sillón...
-Gracias -respondí con una sonrisa y quitándome un mechón de la frente.
-Damián -dijo infantilmente.
-¿Sí? -le dije mientras dejaba el periódico en la mesa y me levantaba.
-Te quiero.
Él comenzó a reír, y yo disgustado por no saber el por qué de sus carcajadas pregunté:
"¿de qué te ríes?"
-Te sonrojaste.


Momentos después estábamos ambos sentados en su barra de desayunos, con la luz del sol brillando sobre la madera y nosotros, ya vestidos, comiendo lo que preparé: omelette.
No sé por qué menciono ésto, simplemente es una escena cálida y reconfortante entre tanto que es el sadismo que ha manchado mi vida con sangre. Estos días han sido difíciles, mi mente a veces me juega trucos y me siento a imaginar en la banca de un parque, viendo a la gente correr y jugar, reír y besarse: "¿Cómo los mataría?"
No sé por qué, no es lo que yo quiero, quiero ser feliz, quiero ser bello, pero algo me falta, algo me carcome, algo... pero entonces él. 
Él, ingenuo y tonto, feliz y sonriente. Lo veo a mi lado, veo su palma sobre mi mano, ambos viendo a los niños jugar; viendo a los ancianos compartir una comida sobre el pasto, bajo la sombra de un pino, con sus hijos ya adultos cuidando de sus nietos. Son escenas que simplemente quiero conservar, quiero mantener en mi mente, son reflejos de lo que es él: ingenuidad, pureza, alegría, todas esas cosas que me faltan a mí, él lo es. Él me completa y me hace sentir alegre, él es un círculo de felicidad, felicidad viciosa.
Pero todo terminará, no sé cuándo ni cómo, pero terminará, eso sí lo sé.


Y es que ahora lo veo, sentado ahí sonriente con su barbilla en su mano flexionada, mientras mira mis ojos, mientras miro sus ojos; él vestido y arreglado con un traje negro y camisa blanca, yo de la misma manera. Cada uno al extremo de una mesa circular, con manteles beige y una rosa en el centro, la noche se ve por las ventanas que nos rodean y la gente aquí bien vestida, con elegancia.
Pero nada de eso me importa, me importa él.
Ya no sé que siento cuando lo veo, simplemente me asusta y me protege, me hace olvidarme de mí y me hace enfocarme en él, en nosotros. Qué pasó entre nosotros que nos llevó a esto, lo desconozco, bendita sea la ignorancia que me trae esta felicidad, simplemente quiero quedarme así, toda la vida, viéndolo a él, y esa sonrisa tan pura.
Envídienme, que tengo aquél sentimiento en mis entrañas, aquél revoloteo de las alas mariposas, son verdes sus alas, como el color de sus ojos. Es su olor a flores, siempre a gardenia que me atrapa, es que él es un monumento a la pureza; a todo lo que admiro y que carece en mi persona. 
Mientras ésto dure, querré disfrutarlo, mientras ésto dure, querré amarlo, pero el amor no es una lámpara siempre encendida, su llama se aviva y se extingue, uno echa el aceite que necesita y si no quiere fuego en su vida, no tendrá las cicatrices de cuando se queme.
Aquellas cicatrices que nos destrozan el corazón, aquella bendita melancolía que nos desgarra el alma y nos hace amar la vida, y no queremos vivir más, ni menos, sino vivir.
-Damián...- me dijo.
Quiero evitarlo a toda costa, si lo dice moriré, moriré por dentro y no tendré remedio, todo por lo que lucho se verá amenazado por sus dulces palabras, por favor, no lo digas que si lo haces no tendré escape, no lo digas...
-Te quiero.
-Yo también te quiero.


Así empezó la noche, después de la cena, pues habíamos acordado comer en un restaurante y habíamos escogido éste, por una sola razón, la música.
A Nathaniel le encanta un pianista que siempre por las noches trabaja aquí, toca música romántica y la gente suele bailar vals en medio del salón. Nathaniel es un aficionado del piano, recuerdo como pasamos una noche simplemente hablando acostados desnudos en su cama a la luz de la luna que nos iluminaba, sobre las blancas sábanas que acariciaba, sacó a luz el tema de su infancia y cuando dijo "fue por una niña, lo recuerdo bien. Ella tocaba el piano y yo la adoraba, la adoraba mientras caminaba, mientras sonreía y la adoraba mientras tocaba el piano, Fue una vez que estaba sentado en el público y ella tuvo su primer recital. Simplemente supe que quería ganarme su cariño, Ese verano conseguí entrar al teatro, escabulliéndome por la parte trasera y encontré el piano sobre la madera clara que brillaba sobre el sol. Soplé al piano y el polvo brilló a contraluz, me senté y estuve un día entero, imitándola, intentando imitarla. Así pasaron días, semanas, meses, todo el verano conseguí entrar y tocar el piano; hasta que un día conseguí tocar la misma canción que ella y comencé a dar vueltas sobre el escenario, alegre, triunfante, ingenuo. Un guardia me vio, pero no me dio importancia, me contó que me había estado escuchando todo el verano y que admiraba mi determinación; dijo que hablaría con el maestro de música para que pudiera tener lugar en un recital de piano, de ella. Lloré de la alegría, ya no di vueltas, sino que caí en mis rodillas y reí tanto que comencé a llorar. Cuando al fin estuve ahí, vestido de gala y emocionado por el murmullo de la multitud, la vi y le sonreí, de mis manos en mi espalda le entregué una rosa y le dije que todo lo que hice, había sido por ella. Ella rió y sólo me besó. Fue perfecto; nuestra canción y nuestro momento, nuestro beso y nuestro todo. Pero esa misma noche, supe que mi padre nos llevaría lejos, nos mudamos de ciudad. Lloré tanto.
Ahora siempre que toco esa canción, no la recuerdo a ella, sino el sentimiento, el amor, que siento contigo" no resistí, simplemente tomé su cabeza y lo besé.


-Toca tu canción Nathaniel.
Él rió e incrédulo me preguntó
-¿Crees que me presten su piano?.
-Yo haré lo que sea, podría conseguirte ese piano si así lo desearás, podría regalarte el mundo; toca tu canción Nathaniel.
Y troné los dedos, imperativo le dije al mozo
-Disculpe, ¿podría mi amigo aquí usar su piano?.
-Es de uso exclusivo para nuestro pianista señor.
-¿Quién es tu gerente por favor? Quiero presentarle una queja, haré que te despidan.
-...yo arreglaré las cosas, espere un minuto y le llevaré hasta el piano.
Nathaniel rió.
-No seas cruel con el muchacho Damián.
El mozo rápidamente corrió y se fue, cuando regresó ahora con un semblante de servil, nos dijo:
-Yo los llevaré, síganme.
Nos condujo por todo el salón, y la gente nos miraba, algunas admirándonos y otras despreciándonos, Nathaniel tenía esa sonrisa, esa sonrisa que me gustaría ver en él siempre, que me gusta y que adoro.
Bajando por las escaleras de mármol que llevaban al centro del salón, yo le tomé de la mano y sentí su calidez, sentí el cariño de tantos besos imaginados y tantos ratos junto a él. Él sorprendido, simplemente me vio, y caminó viendo a mis ojos, hasta en medio del salón, en esa pista de baile, aún de la mano. Fue entonces que frente a todos y nosotros dos solos, me besó, un beso rápido y superficial pero un beso que llegó tan profundo en mi alma y que marcó mi corazón, Nathaniel no tenía miedo de que la gente nos viera, es más, creo que incluso sentí que también quería presumirme como yo lo presumo a él. Si he de tener conciencia quiero que éstos sean los momentos que nunca olvide. En medio del salón bajo un candelabro, sentí sus mechones de cabello en mi cara, sentí sus labios y sus manos sobre mis mano, mientras la otra acariciaba mi rostro.


Se acercó caminando hasta el piano y sentó en el banco, el piano estaba a un lado del barandal que separaba las mesas, del óvalo de mármol que era la pista de baile. Era blanca y brillante, contrastaba el piano y los ojos de Nathaniel tenían ciertos destellos de los que supe inmediatamente me volví adicto, destellos verdosos de alegría.
La primera nota, y todos los que aún no nos miraban, nos miraron. Curiosos y expectantes, callaron, el salón entero calló al sonar de la primera nota. Fue cuando posó su mano izquierda sobre el otro extremo de las teclas que la melodía comenzó, y qué podía esperar de él sino tal melodía. Nostálgica, romántica, encantadora, apasionada, dulce y amorosa. Nunca en mi vida había escuchado el piano hasta que vi sus manos, hasta que lo vi a él, hasta que lo escuché. No solo yo me quedé boquiabierto, el momento en que me percaté de mi estado me percaté que el salón entero estaba como yo. Por lo que, triunfante y lento caminé hasta él, me senté a su lado y apoyé mi cabeza en su hombro. Miré sus manos, benditas manos, talentosas y virtuosas que podían en mí y en los demás evocar un sentimiento, una imagen, y un recuerdo para él, Lo imaginé entonces, joven y casto, añorando los labios de una niña y esmerándose en aquél teatro vacío, sólo él y un piano. No sé qué me pasa, que él me maneja a su antojo, me he vuelto dependiente de él, todo el día pienso en él, cuando estoy con él, quiero que el mundo se detenga y todo el mundo vea, que he conseguido amor.
Veo sus manos, melodiosas y admirables, quisiera poder demostrarle que tengo virtudes, pero mi virtud más grande es mi egoísmo. Quisiera poder componerle sonetos, canciones, poemas, pero mi inteligencia nunca fue algo de que me podría jactar.
Soy Damián y soy hermoso, estoy vacío y quiero todo de ti, porque te amo... algo está mal en mí, y me importas.
Algo está mal en mí, no quiero consumirte, no quiero destruirte, por favor detenme, no quiero, no quiero matarte.


-Bueno -contestó Nathaniel al tono de su celular que incovenientemente nos había interrumpido.
La gente rió, otras se molestaron, pero yo me quedé con mi cabeza en su hombro, viendo sus manos y oliendo su cuello, es su aroma, es su porte, son sus ojos, es su no-sé-qué que me atrapa y me encanta. Como un hechizo, me encanta, como una maldición que terminará mal, que terminará en muerte.
-Señor Spares, cálmese por favor, hable más lento -y lo dijo y clavé mis pupilas en sus labios, lo sabrá, sabrá lo que pasó, y no quiero ver su reacción, por favor Damián sé fuerte, no sucumbas y no caigas, no mueras al verlo llorar, no lo resistirás. Petrifícate y no sientas nada, que tu alma y corazón mueran por un instante, pues el porvenir los masacraría.
-¿Kimberly?... ¡por dios!. ¡¿cómo?! -y Nathaniel comenzó a llorar.
Tuve que tomar su mano, fingir un semblante de desconcierto y una mirada misericordiosa; mato a mi alma de esta manera, un suicidio para evitar un homicidio.
La llama prosiguió, lentamente Nathaniel explotó en lágrimas y caminando bruscamente llegó a la puerta del restaurante, lo seguí y cuando comenzó a llorar no tuve remedio sino abrazarlo por la cintura. Minutos después la llamada terminó y le pregunté.
-¿Qué sucede?.
Lloroso y balbuceante, me dijo entre sollozos
-Kimberly, Kimberly ¡Ha muerto!.
Intenté abrazarlo fuerte, pero me quitó con sus brazos y caminando por las oscuras callejas húmedas, lento y gacho, me gritó:
-Hoy déjame solo, lo necesito, por favor.



                                                                                                         ***



Sábanas azules eléctricas, mujeres desnudas y un hedor a alcohol por todo el cuarto, no escucho ni mi conciencia porque los gemidos y el sintetizador nos inundan con suspiros y orgasmos. Antes fiesta era un baile, ahora esto no es si quiera bailar.
Esta orgía con música y pintura fluorescente a la que he venido, por quinta vez esta semana; ésta es una verdadera decadencia, son senos y muslos por donde puedas ver, si es que no te han cubierto los ojos con vendas y así puedas disfrutar del sexo sin sentirte culpable.
Esto es un altar dionisíaco, el olor aquí no sé si sea sexo o sudor, pero esto es horrible, que me droguen ya para poder seguir.
Siempre vengo en la madrugada, así cuando despierte será de tarde y podré charlar con quien me quede a dormir, siempre vengo en madrugada así nadie sabe lo que hago todo el día, prácticamente ya no vivo en mi apartamento, sino en la cama de quien sea tenga suerte de tenerme esta noche. Hay algo bueno aquí, y no es la bebida, sino la mujer. Todas las mujeres aquí son promiscuas, fáciles y bellas. Son como ya lo he dicho, prostitutas que esperan que algún día ese orgasmo se convierta en amor, que esa droga les dé placer eterno y que ese hombre sea más que un cuerpo. Putas tontas, son esas niñas que toda su vida soñaron en ser princesas, toda su vida soñaron, soñaron mientras su mundo se despedazaba y su mente se podría. Qué son ellas sino muñecas, ¿y para qué sirven las muñecas? Para jugar un rato y luego desecharlas.


Estoy entre sábanas de azul eléctrico, y hay tres mujerzuelas a mi lado, una morena, una rubia y una pelirroja. Barbies que en fin no harán nada sino complacerme, pero no sin antes, olvidarme de mí. Esta noche, Yo Damián, renuncio a mi mente y me entrego a ustedes, putas sin alma, me entrego a ustedes en cuerpo y resguardo mi alma, en lo más profundo de esta pastilla blanca, con la esperanza de que me mate un poco por dentro y no sienta culpa ya. Algo anda mal en mí, culpa no sentiré mientras me regocije en su sangre, la culpa que tengo en mi mente es por las lágrimas de Nathaniel. Algo anda mal en mí.
Hoy entre estas sábanas, espero morir de un frío orgasmo.




                                                                                                         ***

Hoy despierto junto a dos, ayer era una, y el día antes, 2.
Hoy despierto junto a dos mujeres, ambas rubias y grotescas, desnudas y repugnantes, no porque le sean desagradable a la vista sino porque en su cara se ve una increíble amargura y odio hacia la vida. Son mueres sin autoestima, orgullo, conciencia, son putas que en su vida han tenido decencia, que son como son por gusto, por venerar lo efímero y lo vano, por no cultivar más que su vagina.
Lo mejor que les ha pasado en la vida, ha sido tocarme.
Son cuerpos mendigando por un alma, que desean alcanzar un conocimiento mediante el sexo, son putas sin corazón, son muñecas de carne y hueso. Su semblante asqueroso grita con sus muecas "Ven, poséeme, cógeme y tócame, hazme tuya que yo no puedo hacerme mía, no controlo mi mente ni mis labios, besaré tu cuerpo si así lo deseas, no me tomes por mujer, no tengo mente ni alma, tengo estas dos piernas y estos dos senos que te entrego, pues eso soy, sirviente de tu orgasmo".
"No demuestres tu asco, tu repugnancia contra ellas, simplemente haz lo que debes" pensé.
Me levanté de mi cama, el sudor que había hizo que mi muslo se pegara al de una de ellas, esa sensación asquerosa que tiene uno cuando dos cosas pegajosas se unen y se ensucian. Excepto que esta vez, era mi pierna entera, para cada una de ellas, las tenían en sus manos y las sábanas, ellas y yo, estábamos pegados por el sudor, fue nauseabundo sentir como mi piel se despegada de sus piernas, poco a poco.
Una vez de pie, y desnudo, como siempre, fui hasta mi sala y saqué de un estante al lado de la pared, un disco de vinilo viejo, y lo puse en el tocadiscos. Tango, qué más podrían esperar de mí esas mujerzuelas sino una muerte trágica y poética.
Fui entonces por el vino, serví el polvo blanco que tanto me ayuda y fui con dos copas a mi cuarto. Me acerqué a ellas y junto al tocador de mi espejo dejé las copas.
Desnudo subí de nuevo a la cama y me trepé en ellas, con una mano le cacheteé ligeramente a una e intenté despertarla. Desesperado por mi intento fallido, le golpeé la cara hasta que despertó. Entonces con cinismo y sutileza le dije "Vamos querida, despierta que la fiesta sigue, toma tu vino" y fui por su copa, subí a la cama y me trepé en ella, le puse entre los labios el borde de cristal y le dije: "bebe, bebe maldita zorra, bebe tu última copa"; mientras que ella, aún adormecida y quiero suponer, embobada por el sueño (si es que no era ese su estado natural), tomó el vino pero dejando caer gotas a su repulsivo cuerpo.
Así pasó con la otra cuasi-mujer; y después de mi primer tango, las mujeres quedaron prácticamente igual, tontas, adormecidas e inmóviles.


Mientras las echaba por la cama, se golpearon, reí. Mientras las arrastraba por la casa, tronaron sus huesos, reí. Mientras las cargué para echarlas en la tina, una de ellas cayó sobre la otra y gritó con su mirada, algo anda mal en mí.
Entonces seguí con mi rutina, la jeringa en sus corazones, el cuchillo entre sus venas, la sangre en mi tina.
Ya llevo varias víctimas y no mejoro, sino que me conservo. Simplemente mi belleza se mantiene, pero esperaba que la sangre joven por lo menos me ayudara más.
Sacando sus cuerpos de la tina, y echándoles en la cortina arrancada de mi baño, les cubrí con la misma cortina y les dejé ahí por un rato.
Mientras me bañaba en la sangre, ahora la tina entera y mucho más placentera, no dejé de sentirme... solo.
Toda la semana he estado bañándome, hoy es jueves, así que llevo 3 días, pues el lunes comencé.
El lunes intenté localizar a Nathaniel, pero no contestaba mis llamadas, simplemente dejó que el teléfono sonara en su casa, sólo él consigo mismo y la culpa que no es suya. Intenté varias veces llamarle, y no pude.
Intenté ir a su casa, pero no abría, hasta el momento en que me senté al lado de su puerta y lloré, los vecinos de su departamento comenzaron a sospechar de nosotros desde hace ya tiempo y sus sospechas se confirmaron cuando entre sollozos le grité "Por favor, necesito verte".
Ahí sí abrió la puerta, pero no fue él, fue un Nathaniel desalmado, destrozado, ojeroso y pálido. Los destellos de sus ojos ya se habían marchitado, muchas cosas en él cambiaron, sus ojos ya no se veían verde claros, sino negros. Me asusté al verlo y lo único que me dijo fue:
"Hoy no quiero ser Nathaniel y Damián, hoy quiero ser nadie y estar solo con nadie. Por favor que no quiero molestarte, no a ti..."


Lo entendí perfectamente, Nathaniel se sentía culpable del suicidio de Kimberly, y lo peor de todo es que él no tenía nada de culpa. Aún peor, yo tampoco. No maté a Kimberly, sino que cuando la vi, hablé con ella y le expliqué de Nathaniel y yo, hablé con ella cruelmente de que había perdido su tiempo con él y que él era mío, por decisión propia. Le pregunté si alguna vez había visto ese tornasol que hay en su pupila, entre la verde claridad de su alma hay un tornasol que brilla cada vez que sonríe genuinamente. Yo lo he visto, yo lo amo, a todo su él. Kimberly enfureció e intentó correrme, pero cuando me puso su mano encima y con fuerza, le intenté matar. La tomé con fuerza de las muñecas y la azoté contra su pared, pero entonces, justo antes de lastimarla vi en sus ojos, no a Nathaniel, sino un alma.
Nunca podría matar a alguien con vida, alguien que valiera la pena, sé que si otras hubieran sido las circunstancias, esta mujer habría sido mi amiga, mi buena amiga. Pero hoy no, y nunca.
No pude tocarle, simplemente la vi con furia, le besé la frente y me fui azotando su puerta.


La sangre se enfría, es hora de deshacerme de sus cuerpos, será fácil. lo he planeado todo.
Hoy será diferente, hoy no podré pretender su suicidio, de ellas nadie hubiera dudado por un momento. Me basta con tan sólo verlas para pensar sobre qué tanto se odian. Son feas, rubias, obesas, pálidas, en fin, no son mujeres, ni humanas, ni animales, no sé cómo llamarle a tal monstruo.
Siempre me ha fascinado la estupidez humana. Uno puede no ser bello, como yo. Pero incluso yo acepto ahora que hay cosas casi tan importantes como la belleza. Si no se nace con un rostro como el mío, por qué no buscan algo más.
Niegan su mente y regalan su cuerpo, ¿con qué fin?. Una persona está muerta desde el momento en que deja de tener ambición y metas.
Las arrastraré, por el baño hasta la cocina, ahí he tendido ya una gran bolsa de plástico, hoy será una noche laboriosa.


Salgo de mi tina y tomo una ducha para así vestirme con harapos sucios y viejos.
Regreso a mi baño y las veo tendidas en mi cortina de baño, con sus ojos emblanquecidos y perdidos, con su cuerpo y cabello lleno de sangre, con sus miradas repugnantes y nauseabundas; tomo la cortina de un extremo y les arrastro desde mi baño, con gran dificultad, dejando un pequeño trazo de sangre, les arrastro y no escucho más que mi cortina contra el mosaico blanco, mi cortina contra la madera de mi sala, la cortina contra la madera de mi cocina. Una vez en seguida del horno, les dejé, descansé y saqué del estante que está sobre mi horno, una copa. De mi cábala, saqué mi vino preferido, serví una copa y fui a mi sala. Cómo podría faltar mi delirio, el vicio que me permite tal atrocidad, el tango. El tocadiscos tocaba el vinilo con un efecto de antaño, como si se escuchara y se viera a la banda, al violonchelista concentrado y apasionado. Esas épocas de antaño de pasión y sexo, las imagino.
Las imagino mientras tomo el cuchillo con el que corto sus cabezas. Una vez desangradas no son tan molestas.
Tomo de su rubio cabello las decapitadas cabezas y les pongo en el estante de las copas. 
"Ahora viene lo difícil" pensé. 


                                                                                                         ***


Mientras cuezo su carne, le llamaré, hace tanto que no hablo con él, he buscado mi refugio en sus cuerpos, en las pastillas que me hacen soportar sus cuerpos, en mis recuerdos de él, llorando, que me impulsan a tomar esa pastilla.
-Nathaniel.
-...
-Nathaniel, por favor, háblame.
-Todavía no lo creo Damián, todavía no puedo -escuchaba en el auricular.
-Te quiero.
Colgó.
Debo ser como ellas, debo morir para no amar, porque quien no ama está muerto. Con el amor se sufre, pero también se alcanza un éxtasis, es tanta la pasión que quema, quema el alma y ésta arde de alegría, de lujuria y de deseo. El alma es como un fénix, su veneno, el amor, su antídoto, el amor. Pero cuando dos personas que se aman, se unen en santo y bendito coito, sus almas mueren.
Mueren cuando alcanzan ese placer, ese placer sin culpa y sin vergüenza que las putas anhelan y los músicos extrañan. Esa sensación de desvanecimiento que se siente junto con el delirio que provoca un orgasmo, y es entonces cuando el alma muere.
El alma es como un fénix que muere haciendo el amor, y revive al ver sus ojos, sus verdes ojos.
Debo ser como ellas y morir, como murieron ellas, ellas que pronto serán el alimento de los perros del vecindario, esa jauría hambrienta que me asusta cuando me ruega por una comida, ellas pronto serán su alimento.
Me gustaría ser yo, yo el que sienta un dolor más grande que éste, más grande que un corazón destrozado y pisoteado desangrándose en las manos de los restos de un hombre. Ya no es hombre, pues no ve que en sus manos está mi corazón que tanto quiso un día, pero ahora llora, llora sin poder ver que en su mano está mi corazón y en la otra, el de ella.


Sin ti, todo está mal en mí.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Damián Sérrezs.- Parte tres.

Tango.
Siempre ha sido mi género musical favorito, siempre los discos de vinilo que pongo en la sala con aquél viejo tocadiscos que alguna vez fue de mi abuelo. Era violenta y erótica, como el sexo debe de ser, si tan sólo en éste momento, pero no.
Jugaba yo con la sangre, salpicaba los blancos mosaicos que me rodeaban a mí y a mi tina, y yo, alegre cubría mi rostro con la sangre, empape mi cabello y estuve ahí relajado, por tal vez demasiado tiempo, pues no sé cuando dormí y mucho menos cuándo desperté, pero desperté, y gracias a un olor nauseabundo y fétido.
"¿Qué haré con él?, no pensé en el cadáver" reflexioné, mientras había despertado recargado con mis brazos en los extremos de la tina y mi cabeza puesta en uno de ellos, el violín tocó la última nota y la sangre se había enfriado, era de noche y la luna brillaba amarillenta sobre mi cabeza, a través del espejo de mi ventana.
Rápidamente recordé que el señor Larkins fue un hombre solitario al cual nadie quería recordar y nadie olvidaba, él era un fantasma entre nosotros pasando desapercibido por los pasillos del piso cuatro, pasando despreciado por el pórtico del edificio mientras la vigía indiferente lo veía pasar, sin siquiera preguntar adónde iba. No tenía esposa, no tenía hijos, era un hombre viejo sin familia, sin amigos y del cual nadie se preocupaba. Lo veían como una carga, alguien incapaz, alguien necesitado que no puede más que contarte de sus viejas historias de su tan larga vida; sus reflexiones siempre terminaban igual: "Será lo que Dios mande"
Nuestra vida es lo que nosotros hagamos de ella, él se buscó su soledad, no procuró compañía y a todas las aburría con sus anécdotas de antaño. Él fue incompetente, y la vida es una competencia para nosotros, los fuertes de mente. Maté a alguien sin esperanzas de vivir; maté a un cuerpo sin mente y una mente que se negaba a pensar. No destruí ni una mente excepcional ni a un cuerpo sano, él no tenía ninguna de las dos. Me adelanté al tiempo y nos ahorré un lugar más.
Homicida no; aprovechado, tal vez.

Un cuerpo con huesos tan frágiles y restos de músculos que no eran más que piel flácida que colgaba de sus brazos piernas y otros lados, sería fácil deshacerme de él. Podría incluso haber muerto por sí solo.
Éste viejo hombre pudo haber fácilmente muerto en su cama, dejando de respirar por mero cansancio; o en su mecedora olvidándose de todo, hasta vivir; lleno de soledad y rodeado de vacío, tonto viejo e inútil, se pudiera haber muerto, solo.
Así de fácil lo pensaba, pero en realidad, en unos minutos agoté mis opciones; lo había degollado vivo para que la sangre saliera disparada a mi bañera, la sangre salía a chorros incluso con más presión que de mi regadera el agua. Así que un cuerpo en ese estado no sería a causa de un suicidio, el cual hubiera podido aparentar, hubiera.
Hubiera sido difícil que lo llevara lejos, pues siempre está la extraña vigía morena que me acosa y no duda en ningún momento en prestarme toda la atención y ayuda posible, que incluso la considero innecesaria, siempre dispuesta ahí cuando salgo del edificio, siempre el pórtico en su cabina de cristal, al lado de la puerta, separada de nosotros pero mirándome siempre con lascivia en sus ojos. Así sean las tres de la mañana o en pleno medio día ella estaba ahí; el punto era que echarlo a la ciudad quedaba descartado; maldita mujerzuela desesperada, arruina mis planes.
¿Cómo me deshago de él?
"¿Y si, lo disecaba y los escondía en mi armario?" sería algo romántico que la expresión 'esqueletos en el clóset' fuera literal".
"Y si lo preparo como alimento a perros?", "¿Y si lo quemo junto con el departamento?", "Y si...".
-¿Y si lo descuartizo? -pensé en voz alta, sorprendiéndome de mis palabras yo mismo. Descuartizar, ¿era posible que yo Damián llegara a hacer tal atrocidad? Algo anda mal en mí... pero mi conciencia nunca ha sido muy buena. Así que la culpa la dejo a un lado, siempre y cuando pueda verme al espejo y pensar "envídiame".
Miré hacia la luna a través de mi ventana y como suplicándole al Dios que nunca conocí y nunca quise conocer, pedí ayuda a la luna; hoy pido una respuesta divina, aunque seguramente si fuera creyente no podría soportar el hecho de estar condenado desde hace ya mucho tiempo.
Bajé la mirada y entre los oscuros edificios, todo lo que pude distinguir fue la silueta de un hombre sentado en su tejado con un destello rojizo entre sus labios. Admiraba la luna al igual que él, pero el rojo de entre sus labios era diferente al mío, para mí era sangre ajena, para él era fuego entre sus dedos. El humo de su cigarro pasaba por entre la luz de la luna y entonces miré al cielo y agradecí a Dios:
"Gracias Damián, alabado seas"

Me levanté y drené toda la sangre al quitarle el tapón a mi tina, dejando que la sangre ya fría se fuera por el desagüe junto con mi vejéz. Estaba cubierto de sangre, por lo que tomé una ducha y sin tomar una toalla, fui al espejo y me acicalé, pero entonces vi mi rostro e increíblemente aliviado, me vi, me amé y me contuve de besar el espejo.
Recuperando conciencia de lo que hacía, caminé desnudo hasta mi recámara y me vestí con mis peores prendas, que no era mucho decir, pues aún así eran buenas, pero no importaba si se llenaban de sangre o no.
Regresé al baño para limpiarlo, miré al viejo cadáver, sus ojos llenos de sorpresa y su cuello abierto y grotesco, sólo corté hasta la garganta pero debo decir que fue algo increíblemente bizarro y nuevo, no desagradable sino interesante, ver como de sus venas brotaba la vida y como de su garganta salía su alma a chorros de sangre.
Fui a mi cocina y tomé una bolsa que le puse sobre la cabeza para así no ver la repugnante herida, miré el reloj en mi sala y marcaba las 3:38am, era de madrugada, nadie notaría lo cometido o mejor dicho, nadie querría notarlo, ¿A quién le interesaba un viejo decrépito?
Con la bolsa en mano regresé al baño por el cuerpo, cubrí su rostro y cuello para que ver mientras lo sacaba de mi casa, mientras lo llevaba al ascensor.

Entré al elevador, se escuchabann dos cosas: un contrabajo y un saxofón, música de elevador con un cadáver al lado.
"Ring", llegué al piso 30 y se abren las puertas, salgo y sólo veo escaleras  -lo más pesado -pensé.
Cargué del brazo todo su cuerpo subiéndolo escalera por escalera con dificultad, cuando escuché que en el décimo escalón el hombro no soportó el peso de sí mismo y se dislocó. ¿Han oído cómo se disloca un brazo?, es escalofriante, pero divertido saber que los huesos truenan y tu cuerpo se rompe, que la base de tu alma se destruye por si misma, es divertido.
Subí todas las escaleras, cansado pero triunfante, abrí la puerta que llevaba a la azotea, y lo primero que vi fue la luna, inmensa y amarilla. Me tiré al suelo indiferente al dolor que sentí cuando caí, pero mientras miraba las estrellas recordé que gracias al Señor Larkins, había conseguido una vez más, mi juventud; "gracias" dije en voz alta mientras suspiraba admirando las estrellas.
Después de unos minutos, me levanté y le quité la bolsa de la cabeza, para entonces tomarle la pierna y arrastrarlo por entre guijarros negros al borde del edificio, donde sin pensarlo lo aventé a los carros que veloces pasaban.
Justo cuando entró en contacto con el parabrisas de un carro sonaron las llantas desparramadas por el asfalto, sonaron los parachoques de los automóviles colisionar, y sonaron los gritos de mujeres asombradas y aterrorizadas, creo que el viejo perdió la cabeza.
Fue gracioso, la reacción, el grito, el cuerpo despedazado; y ahí estaba yo en la azotea del techo, habiendo simulado el suicidio de un rancio anciano abandonado. Pero gracias a él, había conseguido una vez más mi juventud, y respetando su memoria, me prometí no difamar su ya patética vida escribiendo una nota falsa de suicidio que difamara su larga y aburrida existencia.
Gracias al choque que causó su caída, la cual despedazó por completo su ya hórrido cadáver, fue que no me atraparían.

Esa noche, a las 4:04am volví a mi casa, tomé una pastilla y dormí como bebé; algo anda mal en mí...


                                                                                                            ***


Se sentó en el sillón beige de cuero y rió penosa, insegura y tonto, con su mano arregló los mechones de negro cabello rizado que le cubrían la cara y entonces, indistinguiblemente hastiado le pregunté con cortesía: "¿Quieres beber algo?"
-Si no es molestia -respondió.
"Ya lo eres" pensé, sonriente.
Esa mujer es desesperante, ríe por sus nervios de tan sólo verme, soy demasiado para ella, es que es demasiado vieja y brusca.
No es bella ni joven, tiene un rostro desproporcionado e incluso feo, su cabello rizado y negro es lo único agradable en ella.
Ya en la cocina serví dos copas de vino, y en una de ellas puse algo de ese líquido mágico que quise probar esta vez.
Cuando regresé a la sala, prendí la música de vinilo, apagué las luces y prendí mi chimenea eléctrica, un ritual tan mezquino perfecto para alguien tan mezquina. Y entonces, sentándome le entregué su copa, la tomó y sorbió. -Está algo amargo -dijo.
-¿Qué sabes tú de vinos? -le contesté desesperado -yo te puedo decir con seguridad, éste, es buen vino.
Sólo sonrió apenada y bajó la mirada, sorbió un poco más y me miró como cachorra triste, pidiendo vergonzosa con la mirada, que la besara.
Sé que no hará nada, es tan vacilante que no se atreverá a siquiera besarme, sólo es cuestión de tiempo para que sucumba; la música, el fuego y el vino, clichés tal vez pero eficientes en cuanto a una mujer tan ignorante.
Después de tan solo dos copas la mujer ya estaba ebria, y ambas copas tuvieron aquél toque mágico que tanto me agradaba.
Temblorosa y borracha se recostó en el sillón y se relajó, demasiado diría yo. Piqué su vientre vestido de negro y no despertó, toqué su pecho, aún había un pulso.
Rápidamente y sin cuidado arrastré a la mujer a mi bañera, golpeándola sin querer contra el piso varias veces y perdiendo así los tacones, la puse boca arribe y corrí a la cocina trayendo conmigo una jeringa con una grande aguja.
Sin dudar la enterré en su pecho y rompí la jeringa dejando que el chorro de sangre saliera como fuente de agua roja. Arranqué sin cuidado alguno su vestido negro y afortunadamente no traía ropa interior. "Gran puta" pensé.
"Si te envenené, en tu sangre quedaría el veneno, pero tu sangre es lo que quiero y lo que brota de ti, y sé que el cianuro no daña la piel, hace dos semanas que volví a observar arrugas en ésta, y empeoraron rápidamente, este es mi plan maestro, serás mi conejillo de indias, vaciaré tu corazón"
Mientras que el chorro de sangre salía de su pecho, fui a la cocina por un cuchillo y cuando la encontré en mi bañera aún sangrando tomé sus brazos y los corté profundamente, ambos; éstos sangraron y dejaron que la sangre fluyera más, pero con menos presión de la jeringa. La jeringa no vaciaba la sangre, sino que evitaba que el cianuro la matara por completo; sólo respiraba débilmente, ya no sentía ni pensaba, era un cuerpo desnudo sin alma desangrándose por completo en mi bañera.


Regresé después de una hora de escuchar música mientras leía sobre las historias de amor de mujeres descerebradas y hombres machistas, clásicos en fin. Cuando la vi en la bañera, ya tenía todo el pecho ensangrentado y descubierto, además de que había una cantidad suficiente de sangre en la bañera; le quité la jeringa del pecho, ya salía poca sangre de ella. Arranqué la blanca y traslúcida cortina de mi regadera, la tendí en el suelo y jalé del brazo el cuerpo de la mujer. Éste cayó sobre la cortina y la envolví; la arrastré hasta la regadera, la limpié con el chorro de agua y la sequé con mi toalla.


Primero lo primero, me quité el saco y lo colgué junto a la toalla, me quité la playera y la dejé por el piso, me quité lo demás y lo dejé junto a ella. Caminé desnudo a la bañera, me sumergí y miré al techo, suspirando -me lo merezco -dije descansando.
"Del cuerpo me desharé luego, después de la muerte del señor Larkins, ésta inútil rentó su departamento. Nadie sospecharía pues está sola; demasiado tonta como para socializar y demasiado fea como para que le hablen, no tiene familia, ella me lo dijo, no tiene hijos, ¿quién los tendría con ella? no tiene a nadie y fui el único que se le acercó. Nadie la extrañará, así que fácilmente pudo haber cometido suicidio en su casa, sólo la llevaré a su regadera, abriré el agua y como todavía tiene pulso y seguirá así, cortaré sus venas hasta que lentamente muera desangrándose por completo, contemplando su viejo y desnudo cuerpo húmedo, los blancos mosaicos y sus brazos cercenados por mi cuchillo.
Llega un momento en el día, en el que me importan sus vidas, luego me veo al espejo.


                                                                                                             ***


Las veo que aparecen más rápido, yo lo veo, yo lo sé, ¿por qué?, ¿qué me pasa?. Algo raro pasa, algo extraño me sucede.
Me calmaré, dejando mis cremas a un lado y mi reflejo carcomido, me calmaré.
Ya ha sido otra persona este mes, la vieja vecina del piso 6 se quedó viuda hace una semana, extrañamente fue encontrada en la tina de su departamento, completamente desangrada y con cortadas en los brazos.
Pero si lo he hecho seguido, ya van dos meses y 3 personas, ¿qué rayos sucede?.
Cada casi tres semanas me he sumergido en sangre de personas, la maldita sangre de cerdo no funcionó, tal vez porque era de animal; ésta funcionó una vez, ¿pero por qué no cómo antes?. Me he esmerado en matarlos y conseguir tanta sangre me sea posible, siempre escojo gente por la cual nadie se preocupe, siempre son viejos... viejos.
Siempre son viejos, eso es, siempre son decrépitos sin vida e inútiles, por eso no funciono, busco juventud en un geriátrico. Eso es lo que pasa, si quiero ser joven, tendré que buscar sangre joven.
Lo he decidido, no esperaré más, si quiero ser joven por siempre, hoy empezaré, vestiré formal y coqueto, me arreglaré de manera en que hoy consiga dos placeres, sexo y sangre. Hoy saldré a la ciudad, hoy cazaré a una nueva presa, sólo esperaré la noche y cazaré a una princesa hermosa, me he convertido en el dragón que acosa a las princesas.
"Pero qué dragón"


                                                                                                             ***


-Nathaniel.
Rápidamente me tomó de la cabeza y me besó bruscamente. Seguí con su juego pero el momento en que sus manos propasaron mi decencia o, dicho de otra manera, mis pantalones, lo detuve.
-No, vengo porque quiero algo de ti -le dije mientras me veía suplicante de mí.
Sin invitación alguna pasé a su casa y serví dos copas de su cocina con whiskey, le entregué una y nos sentamos en su sillón.
Cruzando mi pierna y bebiendo de mi copa, le dije: "Tenemos que hablar"
-¿Pasa algo malo? -me preguntó apenado, bajando la mirada y lloroso.
-Terrible y sinceramente, es tu culpa.
Habiéndole dicho eso, se estremeció y comenzó a llorar y a balbucear: "Es que no entiendo, no te encuentro y cuando lo hago te..."
-Cállate y escúchame, que ésto pasó cuando vine aquí por segunda vez -y lloroso me puso atención. -me es inconcebible que no veas el daño que haces a tu prometida, ella no tiene idea de ésto ¿cierto?.
El niño apenado sólo lo negó con la cabeza, como si lo estuviera regañando.
-Pero sobre todo Nathaniel, el daño que me hace a mí saber que ésto te afecta a ti -y su mirada brilló viéndome esperanzado. -No sabes cuánto deseo que seas feliz, quiero poder hacer de ésto algo público, pero antes que nada, debemos de comentarlo con tu... con ella.
-Kimberly, se llama Kimberly -me dijo con una sonrisa, incluso tierna.
-Hablaré con ella Nathaniel, será porque quiero y porque te quiero que nunca más sabrás de ella, sé que me prefieres, sé que soy mejor que ella y tú lo sabes, te quiero para mí y lo acepto, soy celoso, porque te quiero para mí y nadie más.
Temoroso y apenado, el muchacho me miró, no dijo nada, no hizo nada, sólo se acercó a mí y me abrazó. Yo indiferente tomé otro trago de mi copa; lo tomé de la camisa y lo arrastré hasta su cama...